jueves, 25 de marzo de 2010

Cuestión de prioridades.


Renunciar es un verbo que no me gusta nada. Me encantan los verbos, generalmente. Conjugarlos en mi mente, saber que me los sé, aunque dude que eso sirva para algo.

A veces me reconforta ligeramente pensar que conozco un poco más de alguna cosa, para conocerme yo mejor.

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Dieciocho años y medio conmigo, completa desconocida. No me dejo conocerme. Me miro en el espejo y sólo veo la representación más certera del ciclo del agua: las lágrimas que nacen en mis ojos, surcan mi cara, se evaporan, forman nubes... y después vuelve a llover.


El agua es necesaria, no podemos vivir sin ella. Saladita.


Creo que nunca me gustó la perfección, pero menos aún el desconsuelo. Sé que los momentos más perfectos que he tenido están llenos de lagunas. Saladitas. Lo que más me gusta recordar, me hace daño.


No lo digo como algo triste. A estas alturas es como hacer la lista de la compra: algo mecánico, sistemático, lleno de palabras que no hacen sentir nada más que hambre.

¿Hambre de qué?


Algo bonito. Quiero algo bonito. Algo a lo que abrazar antes de quedarme dormida.

No quiero que me entiendas. Quiero que te calles poquito a poco, que vayas bajando la voz, hasta que tus susurros sean casi inaudibles. Quiero que vuelva a ocurrir la casualidad, la misma de siempre, y que ya no lo sea.


Dolor. Siempre el mismo, en el mismo sitio, a la misma hora. A veces me duele tanto que no respiro, pero ni siquiera me doy cuenta porque no me suelo preocupar mucho por mí.

Me da igual. Estoy bien. Estoy muy bien. Estoy perfectamente. Me lo creo.


Desequilibrio. Que no pare nunca, por favor. No me dejes acostumbrarme, no me hagas pensar que no estoy viva. Si no me duele, no lo noto. ¿Pero sabes qué? Cada vez necesito más droga para no darme cuenta de que los verbos que menos me gustan son los que más conjugo.

No me importa, me he acostumbrado. Pero no me acostumbro a otras cosas.


Aquí nadie sabe nada, nadie recuerda, nadie piensa en que tal vez convendría pensar más (o menos). Sé el final de mi vida, de ésta de ahora, desde hace demasiado tiempo. Sonrío. Sonrío porque así puedo decir que lloro de la sonrisa, aunque no de la risa.


Bisturí. Sutura. Drenaje. Hubo un tiempo, el menor múltiplo de ocho, en el que me acostumbré a lo bueno. Fíjate si será así, que lo había hecho antes de ser consciente de ello.


Vacío. Cuando te extirpan lo único a lo que querías agarrarte. Tan sólo seremos libres cuando no haya más que perder.


Desnuda. Desnuda. Completamente desnuda.


No se trata de lo que nadie piense, todos opinan, pero, ¿quién sabe?

Siempre, efectivamente, quieres más. Y cuanto más crees tener, más tienes... ¿sabes qué? Más Nada tienes.

Bonita, infinita, absurda, delicada, triste, suave, intensa, dolorosa NADA.

domingo, 14 de marzo de 2010

Fotograma.


Rock and roll, tequila de garrafón, paso fácil de baile, pide a gritos que le quites el carmín que le queda en los labios.


La mirada perdida, el mechero en el bolsillo, el ritmo en el lóbulo más dañado de su pobre cerebro de niña mala frustrada.


Busca, y no encuentra.

Quiere, y no la aman.

Bebe, y no le sube.

Dolor.


Dejando atrás el físico, que es incapaz de sentir tras cinco whiskies con hielo, baja la mirada intentando encontrar el alma que se le cayó hace un rato al suelo. ¡Se la están pisoteando!


Podría haber hecho cualquier locura más, podría incluso haberlo olvidado todo, su nombre incluido.


Una sola cosa más. Quería perder, perderse. No la dejaron. Era fácil de arrastrar, pero se agarró a lo único que podría sujetarla.

A la vuelta de la esquina, ahí, y allí, el tiempo.


Llévala a casa. Quiere dormir. Y de soñar, ni hablamos.