domingo, 29 de agosto de 2010

No quedan días de verano.



Suspiro (verbo. Primera persona del singular del presente de indicativo del verbo suspirar).La puerta de la terraza abierta para que entren las últimas gotas de un Sol que en realidad se escondió hace ocho minutos.
El sonido de una radio que canta los goles de tu equipo en la primera jornada de Liga te avisan de que, una vez más, se acerca el momento de volver a poner el edredón para hacerse bolita por las noches.

No sabría decir muy bien qué ha cambiado desde la última vez que pensé en sacar el edredón de su retiro de verano. Es muy probable que nada en absoluto. Y eso, precisamente, es lo que va a hacer que, de repente, lo mismo ya no lo sea.

Abrir otros libros, reír otras gracias, pensar otras cosas, dibujar otras lágrimas, y querer... ¿y querer?

Suspiro (acción).

miércoles, 18 de agosto de 2010

Planear un linchamiento.


En orden cronológico, lo primero que hizo fue llorar mientras se tiraba en plancha a la cama. Y, depués, siguió llorando. Llorando hasta sentirse seca por dentro y su piel muy mojada. Lloró sin parar durante minutos que le parecieron horas, pero en ningún momento dejó de querer hacerlo. Parece ser que, llegado el momento, sus lágrimas dejaron de surcar su rostro de manera visible, al menos.


Recorrió lentamente su cuello, digo, su habitación. La observó como si nunca antes hubiera estado allí, como un cuadro de museo. Reparó en cada forma divertida que formaba el gotelé de la que había sido su vida entera en cuatro paredes.


Se movía acariciando cada centímetro de la colcha en la que se había sumergido tantas noches tristes de invierno (las tristes de verano no incluían colcha).


Recordó el momento que había imaginado y que nunca llegó a ocurrir, y el que ocurrió y jamás lo hubiera pensado.


Tuvo mucho miedo. Miedo e impotencia.

Después sintió un escalofrío. El propio de cuando no quieres dejar de sentir algo, y que se agrava al pensar que no quieres que otro algo sustituya al primer algo al que no quieres dejar de querer.


Creyó que se moría porque no respiraba. Apnea.

Podía oír grillos, sentir el frío de la noche de final de verano, del último verano antes del primer otoño, y, como si estuviera a punto de implosionar en llanto y veneno, fue testigo de su vida en diapositivas, con un denominador común.