martes, 28 de diciembre de 2010

Cuando siempre y nunca son la misma cosa.

Y allí estaba ella, mirando por la ventana de aquel pequeño salón con vistas a la Rambla, con una camiseta blanca dada de sí, propiedad del tío al que acababa de echar a patadas tras una noche intensa refugiada en un payaso.

Fumaba, como desde hacía cuatro años, tabaco de liar, y estaba descalza. El pelo, muy despeinado, le caía por el hombro derecho. Su vista se posaba exactamente en ninguna parte, justo en el lugar donde estaba él desde la tarde anterior.

Desde luego, compartir piso con el amor de su vida no había sido una de sus mejores ideas. El niño que le rompió el alma sin saberlo cuando aún no le habían casi ni crecido las muelas, el que le robó un beso una noche en un bar, el que siempre tuvo un rincón en la sombra en cada polvo desde los quince, el que le regaló un libro que jamás leería en su decimocuarto cumpleaños, al que quiso odiar muchas veces y nunca pudo odiar: él, estaría a punto (y, de hecho, lo estaba) de entrar en aquella estancia con olor a tabaco y a perfume de mujer, de ella.

Oyó perfectamente la cerradura, cómo giraba la puerta, pero no se volvió. No quería ver los mordiscos que llevaría en el cuello, o el carmín en su camisa blanca, o la cara de no haber dormido en toda la noche. Le gustaba más si pensaba en el patio del colegio, en cómo se tiraban palomitas en el recreo y en las veces que le dejó los deberes porque él no los llevaba hechos y ella pensaba que así la querría un poco (más).

Al verla, pensó en decirle 'hola', o cualquier saludo que no lo comprometiera a iniciar una conversación en la que se viera obligado a dar demasiados datos: de todas formas, no lo entendería ni en cien años. Ya no sabía cómo sacársela de la cabeza. Se quedó parado en la puerta, planteándose salir corriendo y no parar hasta que se fuera de su mente el pensamiento que le perseguía desde que la vio colocando su ropa, esa que tan bien olía y que tan suave estaba, en el armario de su habitación el día que se mudaron.

Se acercó a ella despacio, contemplando la forma de sus piernas, la posición de sus pies desnudos, las formas serpenteantes que nacían de su boca en forma de alquitrán y benceno, su perfecta nariz asomando por su perfil, tapado casi al completo por la melena desordenada. Sabía que lo estaba contemplando por el reflejo del cristal, pero también que no se volvería a mirarle con sus ojos de fiera cansada y herida.

La abrazó por la cintura. Eso sí que no se lo esperaba. Le dio un beso en el hombro. Eso tampoco lo esperaba. Y fue reptando poco a poco con su mano por el muslo y por el cuello con la boca.

Eso era lo que siempre había esperado.

domingo, 26 de diciembre de 2010

The verdict doesn't love our soul.

No puedo garantizarte que mañana te quiera, ni puedes decirme si me querrás tú a mí. Sólo sé que mañana, un mañana, el que sea, no tendremos derecho a llorar por habernos negado a inventar algo que destruir más tarde.

No podemos asegurar el amor, un poco más el odio, muy pocas veces la vida, y todas, absolutamente todas, la muerte.

Quiéreme. Quiéreme sólo esta noche, pero quiéreme. Espera a que se apaguen las últimas cenizas.

Quiéreme como si me fueras a querer toda la vida.
Yo prometo hacer lo mismo, quererte esta noche. No sé si podré olvidarte mañana, pero prefiero comprobarlo a quedarme con la duda.
Quiéreme sin darte cuenta, pero quiéreme. Y después, cuando sea demasiado tarde, vete y deja el frasco de colonia abierto para que te huela cada vez que pase por delante del espejo roto que va a guardar siempre nuestro secreto: que tú me quisiste por una noche y que yo te quise esa y mil más.

Espera a que se apaguen las últimas cenizas: mis cenizas.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Erre intercalada.


La última vez que jugaron entre las sábanas la luz de Luna buscaba estaño para soldarlos.

Les habría dado igual dormir en el suelo y sin colchón. Incluso les habría dado igual no volver a dormir nunca más.

Abrieron el champán. Eran incapaces de darse la vuelta, porque preferían clavarse cada uno de los muelles de aquel colchón viejo y húmedo que perderse un segundo el parpadeo del otro.

Que no dejan que les quieran, sólo quieren que los abracen.

Y que se cubran bien de ropa, porque el doctor les recomienda que no se quiten el abrigo.

Tienen que esperar al cuarenta de mayo.

martes, 14 de diciembre de 2010

Recipiente a presión.

Temo que me miren a los ojos y que sepan lo que estoy pensando, porque casi siempre es algo malo, de una forma o de otra.

No he tenido más miedo en mi vida, ni he necesitado más alguien que respire cerca cuando yo me quedo sin aire.

Cada minuto más es un minuto menos. Ya no sé si cuento, o descuento, o me he quedado a cero. Como si estuviera parada en algún momento, esperando a que vengas y me digas que es una broma, y te rías de mí y me abraces.

No tengo tiempo ni para llorar. No, para eso siempre hay tiempo. Y me engancho a la almohada, que está húmeda, fría y cansada, muy cansada, como yo, y espero que cuando abra los ojos por la mañana, haya un chocolate caliente para mí en la mesa de la cocina, y que me digas que me abrigue porque hace frío.

Ya no llego tarde a casa, porque me quedo dando vueltas sola por la calle, aunque esté metida en la cama. Se me ha quitado el sueño, y por la noche pienso tanto que el día siguiente es una prolongación en forma de horas de sol.

No podría mantenerte la mirada ni un segundo.
Definitivamente, siempre hay tiempo para llorar.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Vamos a medias.

Se sentó en el suelo, en su sitio preferido de todo el suelo del mundo, más bien, a esperar problemas.
Llevaba mucho tiempo esperando comerse la cabeza por algo.

Recordó entonces el día en el que decidió no sufrir. Y lo poco que sabía por entonces de lo que puede hacerte sufrir el no sufrir por nada.

Pensó en ella, y en las tardes a su lado. Pensó en el olor de las sábanas los domingos por la mañana, cuando se despertaba y ya no había nadie a su lado, y cómo le gustaba cerrar los ojos un segundo antes de empezar a llorar y pensar que seguía a su lado.
Nunca había estado a su lado.

La imagen del momento en que cerró la puerta de la que había sido su casa durante tantos años pasó a toda velocidad por su mente. Recorrió uno a uno sus rincones, especialmente el huequito de parqué del salón en el que se reflejaba un arco iris al impactar la luz del sol en la mesa de cristal cada mediodía.

Después de todo, quizá estuviera muy lejos de su trocito preferido de suelo del mundo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Subtítulos.

Agarraba fuerte el anillo que él le había regalado el día que le pidió matrimonio. No sabía por qué estaba subida a esa barandilla oyendo como cada gota del agua que llevaba el caudal del río huía de la escena que estaba a punto de ocurrir.

Hacía cada vez más fuerza con su mano, intentando que en el último momento quisiera cambiar de decisión. Pero estaba decidida a hacerlo: lanzaría el anillo de compromiso y el velo de novia al agua y se iría tan rápido como pudiera de camino al aeropuerto, donde cogería el primer vuelo con rumbo a su nueva vida.

Y ahí estaba, tambaleándose con cada lágrima, recordando todo lo que quería a aquel tipo con mirada despistada y sonrisa de imbécil y lo poco que quedaba para que él dejara de quererla. O quizá no, pero de poco le serviría quererla si el odio iba a ser mucho mayor que el amor.

Cuando dejara caer lo que sostenía en su mano, borraría de un plumazo todo lo que llevaba tres años y un mes planeando construir.
Y sintió miedo. Porque él era el amor de su vida, y no habría otro así.

Justo al pensar en eso, abrió la mano para llevársela a la cara para limpiarse el llanto. Y el anillo, el velo, y treinta y siete meses de su vida pasada y todos los que le quedaran por vivir cayeron al agua lentamente.

No supo muy bien por qué, pero se alegró de haberlo hecho, aunque fuera sin querer.
Ahora se iba a quemar las cenizas de todo lo que no había logrado ser: la hija perfecta, la novia perfecta, la amiga perfecta, la mujer perfecta.

Nunca se quiso comprometer a comprometerse.
Sonrió, y se lanzó al río. La tela le serviría para hacerse unas cortinas, pensó.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Gotas de cera en el cristal.

Hablaba como un como un alcohólico que sufre delírium tremens, le tiemblan la voz y las manos y, por dentro, aunque trate de controlarlo, siente una ira irrefrenable que, a veces, se deja ver a través de sus ojos, mezclada con la tristeza propia de quien no es que se haya ido del camino, sino que jamás lo llegó a encontrar.

Estaba más destruido que nunca, más cansado, más herido, más dolido, más roto, más desesperado, más desconsolado y más abandonado que nunca. Y no abandonado a su suerte, porque ¿acaso la tuvo alguna vez?

Lo único que le quedaba era mirar por la ventana por las noches y observar las estrellas, balanceándose en su mecedora, como si tuviera sesenta años y hubiera vivido todo lo que merece la pena vivir y ahora sólo le quedara el recordarlo antes de que fuera perdiendo la memoria.

Odiaba a los viejos, por inútiles, porque para él significaban el marchitar de un cuerpo y de una mente. Y odiaba a los niños, porque tenían lo que él añoraba. Aunque, al final, fueran a acabar tan solos y desesperados como cualquier otro anciano de su edad.

Tenía veinticinco años y una sonrisa fabulosa que mostraba demasiado poco.

martes, 7 de diciembre de 2010

Vértigo.

La gente llevaba botas, abrigo largo, gorro, bufanda y guantes de piel. Porque cuando hace frío, amigo mío, te abrigas.
Sin embargo, parecen olvidar su coherencia existencial cuando dicen que al mal tiempo buena cara.

Llega un momento en el que no echas nada de menos, o no sabes qué es lo que de verdad añoras. Suele coincidir con el instante fatídico donde descubres que da lo mismo hablar que estar callado.

Te ríes más que sonríes, abrazado a tu jarra de cerveza rebosante de espuma y burbujas que ascienden queriendo escapar del recipiente como las ideas de tu cerebro.

Y no puedes hacer otra cosa que lamentarte, porque sabes que la estás cagando (perdonen la osadía) y el temor a rectificar es casi equivalente al de hacer como si nada.

No he hecho nada en mi vida de lo que pueda estar verdaderamente arrepentida. Menudo putadón.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Ya es de noche en Manhattan.

No sé qué hora es.
Quiero decir: no sé medir el tiempo, no sé si es mucho o poco, o cuánto, o cuándo acabará.

No sé si estás esperando sentado en un bordillo, o si miras por tu ventana esperando verme pasar para escupir justo cuando esté debajo. No sé si quieres que pase, o prefieres que no, por si te parece un desperdicio gastar saliva conmigo hasta para echármela en el pelo desde una altura de treinta metros.

No sé si es mejor que me vaya, y esté contigo, o que me quede y no me veas, para que pienses que me creo tu broma, y te sientas mejor.

No sé si algún día te cansarás de mí, pero yo de ti nunca. Porque ahora sé que no puedo. Y lo sé como siempre, y como nunca, porque lo he podido comprobar.

No sé si dejaremos de abrazarnos cada mañana con cara de sueño, o si nos hará ilusión vernos después de un fin de semana lejos, pero quiero creer que sí.

No sé por qué, pero no me he acordado de ti hasta pasado un buen rato.

No sé si me echas de menos, ni si te echo de menos yo a ti. Casi siempre creo que no, por no decir siempre. Pero eres como una pequeña rendija por donde se escapa el viento cuando se cansa de esperar dentro para poder salir en forma de ráfaga gigante que hace temblar el mundo.

No sé si tengo más frío o más sueño, o las dos cosas por igual. Sólo recuerdo cuando me abrazaba a ti por las noches y pensaba que todo era tan fácil como cerrar los ojos y dormir.

No sé si se entiende, pero espero que no.
El cielo se enciende en color rosa pálido, con nubes blancas.

No sé si va a llover. Pero cada dos por tres creo que sí. Y que si no llueve, es porque no queremos.

Y, justo ahora (literalmente), empieza a llover.

No sé si es casualidad, pero...

viernes, 3 de diciembre de 2010

Iniciales.

Se asoma por debajo de la mesa y ve manchas de ideas en el suelo, revoloteando con las pelusas en espiral.

Levanta la cabeza, mira hacia la ventana y sólo consigue ver los restos del humo del tubo de escape de la moto que, como cada tarde desde hace tantas, aparca frente a su puerta a esperar que aparezca ella.

La escena se repetía en sueños por las noches, pero echaba de menos el tacto de sus dedos palpitando y haciendo que se le erizara la piel.

No habían llegado a cruzar una palabra. ¿Quién necesita palabras teniendo ‘heroína’?

Eran mucho más de lo que necesitaban para el otro. Y eso, no siempre estaba bien.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Siempre fue para tanto.

Recuerda aquella vez que pensó que el momento que vivía sería inmejorable y como, con el tiempo, pasó a ser un recuerdo bonito más.
Recuerda a cada uno de los amores de su vida, uno a uno, rasgo a rasgo, parpadeo a parpadeo y como, con el tiempo, su imagen y su recuerdo se fueron disipando como la niebla de aquella noche de final de otoño.
Recuerda las pinturas de colores de su infancia, lo bonitas que le parecían cuando estaban nuevas y tenían la punta afilada y como, años después, las metió en el cajón más inaccesible: el de las cosas que ya no usaba.
Recuerda cada 'te quiero' de su boca, o de la suya, o de aquella amiga que jamás volvió a escribirle porque encontró una nueva vida a diez mil kilómetros de aquí.
Recuerda el momento de dolor más intenso, y el sentimiento de ser incapaz de poderlo superar y como, ahora se ríe de ese día en el que lloró porque ese niño rubio tan guapo le tiró tierra a la cara.

Estaba apoyada en el marco de aquella ventana de madera viendo nevar, con un vaso de café humenando entre sus manos para poder quedarse en vela toda la noche. Pensaba que así podría echarle la culpa de su insomnio a su ingesta masiva de cafeína.

Pero esta vez, como había pensado cada vez desde que tenía recuerdo, era diferente.
Esta, era la peor.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Pensar en alto, hablar bajo.

Aquella noche, como todas las demás, se besaron en cada farola, en cada columna, en cada rincón de aquella ciudad que les parecía nueva y más bonita cuanto más se abrazaban.

Nunca se habían querido, creían. Pero necesitaban su dosis de instantes en los que dejarse llevar y no querer destruirlo todo.

La lluvia mojaba todos y cada uno de los poros de su piel, su pelo y su ropa. Estaban empapados en esa desesperación de quien ya no busca nada.

Podrían haber estado diez años en aquel portal, comiéndose a besos. Podrían haber ido a fumarse la calle, o a quemar cada cachito de sus almas contándose las miserias que se encargaban de ocultar cada una de las más de cincuenta madrugadas que ya habían pasado juntos.

Podrían haber hecho eso. Cualquiera de esas cosas habría estado mejor que lo que en realidad ocurrió: aquella noche se enamoraron. Se enamoraron el uno del otro, del temor a equivocarse, del olor a lluvia impregnando las fachadas, de las baldosas, de la luz de las farolas. Se enamoraron de la tristeza de necesitar un cuerpo junto al suyo de vez en cuando, de la niebla, del vaho que salía de sus bocas en la primera noche que se dijeron 'te quiero'.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cada vez que respiras.

Es lo que tiene no tener nada, que a cualquier cosa la llaman todo.

Y así no se puede, porque ya no sabes quién eres, ni quien soy, ni quién creías que podías llegar a ser. Y lo asumes, porque no te queda otra, y porque sabes que ni de lejos es lo peor que te depara un futuro tan incierto como el que siempre anhelaste tener y el que te atormenta cada mañana entre las sábanas cuando suena el despertador.

Ni siquiera puedes quejarte. ¿No es eso lo que querías? Sin duda: no.

Y aquí estamos, otra vez, mirando por la ventana a través de unas cortinas que apenas dejan ver lo que hay detrás, creyendo que se va a volar el tejado con el viento y yo con él.
Y no se me ocurre mirar por un huequecito, no vaya a ser que lo que vea me guste tanto que no vaya a querer apartar la vista después.

Podría pasarme la vida haciendo esto que hago. O quizá haya un plan mejor.

martes, 16 de noviembre de 2010

Cosas que hacer cuando tendrías que estar estudiando.

Siente la presión en el pecho. El latido fuerte, contundente, inconfundible de cuando ves venir el abismo, o mejor, de cuando sabes que estás cerca y que no tienes posibilidad de parar.

Siente el sudor frío en tu espalda, en tus manos, en tu frente y reza por quedarte sin gasolina en el último segundo.

Siente el calor del momento, tu vida en imágenes en blanco y negro y a toda velocidad pasando por tu mente como un documental epiléptico.

Siente que estás soñando, aún. Y que lo siguiente no será sueño, ni pesadilla. No será nada.

Siente que ardes por dentro antes de arder por fuera, y que por un instante te dé igual quemarte.

Siente presión en tus venas, por la sangre que corre veloz para buscar la salida que tú no encuentras.

Siente el rugido de un motor, de tu motor, a punto de explotar, sabiendo que va a hacerlo y que no hay retorno.

Siente (lamenta) no tener palanca de marcha atrás, ni freno, ni botón de 'stop', ni una mano que, mientras vuelas, saltas por los aires, levitas, flotas, te caes y te hundes, te vaya a salvar.

Siente (y lamenta) que no vaya a haber nadie que recoja los cachitos de cráneo cuando caigas, hasta en el olvido.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Ser, estar, parecer.

Que no es lo mismo caerse que levantarse, porque lo primero ocurre sin darse cuenta y lo segundo requiere aguantar tu propia dosis de vergüenza y dolor. Sobre todo, dolor.

Y comprobar que la gente pasa a tu alrededor con sus ideas, sus pasiones y sus desengaños, y a ti que no te interesan ni siquiera los tuyos.
Y sentirte dentro de una película de bajo presupuesto con un papel protagonista tan poco brillante que se recordará más al tercer figurante que aparece, justo después de la escena de la ceniza quemando tu chaqueta.
Y pensar qué pasaría si, o qué pensaría aquel hombre del puesto de palomitas mientras se frota los guantes de lana, o qué demonios estoy haciendo dando vueltas en círculo entre la niebla y el frío del principio de una noche de final de otoño.
Y comprobar que no me creo ni mis propias verdades, por ciertas que sean y que sé que son.

Hoy he visto una foto tuya, y ni siquiera me he acordado de nosotros. Me he limitado a mirarte con cara de 'mira en lo que me has convertido'.

Tener miedo es siempre una opción valiente, pero sólo (con tilde) si tienes un buen motivo por el que temer.

jueves, 11 de noviembre de 2010

505


Eres una canción de amor inacabada, una melodía a la que le falta el silencio final, una clave de sol en un día jodidamente nublado, un pentagrama con las líneas torcidas, la quinta cuerda de un bajo, la letra de una banda sonora instrumental.

Eres la lluvia en un atardecer de verano, eres el frío de al salir de casa por la mañana, eres las últimas brasas de la hoguera, eres los escombros de la casa en la que nunca viviremos, eres la hierba recién cortada para un alérgico al polen.

Eres la vida de un suicida, y la muerte de un héroe. Eres lo creíble para un escéptico y lo irracional para un cuerdo. Eres la película con final sorprendente, y la última lágrima de un funeral. Eres la sonrisa más tímida y el grito más desgarrador.

Eres el alma de un pecador y la letra ilegible del médico que te va a matar. Eres el corazón con marcapasos y el cerebro caótico de un loco a tiempo parcial. Eres el mar en un amanecer de abril, y el sueño de una mañana de resaca.
Eres una canción de amor inacabada, pero eso ya te lo he dicho.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Memorias de una alcohólica borracha.




No recuerdo nada de ayer. Ni siquiera tu voz en mi oído. Ni siquiera tu respiración mientras dormías. Ni siquiera el roce de tus dedos en mi espalda.

Es una pena, creo. Porque tampoco puedo recordar lo que me costó dormirme, que fue mucho, ni la pena de saber cómo se agotaba cada segundo en el reloj.

Se me ha olvidado lo deprisa que recogí mis cosas del suelo y lo deprisa que salí de tu casa donde comprobé que el sol brillaba mucho menos que mis ojos.

No puedo recordarlo, porque creo que no lo he podido olvidar.
Y ahora no es ayer, y mañana no sabemos, y suena música triste, y la lluvia hoy puede que nos empape solos o juntos.
Dame una corona más.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Desespér - amé.

El aire pesaba en aquel bar con niebla de humo de tabaco, hormonas y alcohol. Seguramente el sudor y miles de colonias se juntaban también en ese ambiente, pero, muy ingenua ella, no olía otra cosa que el aroma del chico que estaba apoyado en la última columna de ese antro patético plagado de niñas monas y música intrascendental.

Pensó que seguro que él también estaba aburrido, girando el vaso de tubo semivacío que contenía una mezcla de ron con cocacola y agua de los hielos que se derretían con el contacto de su mano.

Por un momento se le ocurrió acercarse a hablar con él, aunque no tenía ni idea de qué se decía en estos casos. Alguna vez cualquier borracho de turno se había acercado tambaleante a darle conversación y a tratar de engañarla, pero nunca creyó que sería ella la que lo fuera a hacer en ningún momento de su vida.

Y ahí estaba él, bebiendo. Y ella no estaba suficientemente borracha como para atreverse a saludar. Le empezaron a sudar las manos. Especialmente cuando vio cómo sonreía él, aunque no fuera a ella. Seguro que ni la había visto. O quizá sí. Pero le había parecido tan irrelevante como cualquiera de las canciones que habían sonado hasta el momento.

Pasaron veinte minutos en blanco. Y se atrevió. Comenzó a andar muy nerviosa hacia el otro extremo del bar, mirando al suelo para no pisarse el ánimo.
Justo entonces, él cogió la chaqueta. Y se fue. No sin antes sonreírla.

Disimuló, haciendo como que entraba en el baño. Se tomó dos tequilas (entonces sí que iba borracha) y salió del bar.

Él estaba en la puerta solo.
'Estas son las cosas que no me pasan'.

A partir de ahí...

Barbaridad.

A veces prefiero no decir la verdad para no tener que mentir. Y juntar todos mis lados más patéticos y deplorables para hacer de mí alguien mínimamente entrañable y muy difícil de querer.

Resulta extraño pensar en la destrucción como algo deseado, creo. Pero es la única forma que conozco de ver las cosas como algo más que un proceso de envejecimiento y achaques que acaban en un ataúd.

Ineluctable, como siempre desde que la conozco, es la mejor palabra que tengo para describir cualquier cosa, por remota que sea, que (ni) siento y/o/(ni) padezco.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Abrazar el aire.

En su habitación olía a tabaco negro y a tequila. Estaba medio desnuda, con una camiseta larga y rota, que en algún momento llegó a ser blanca. Tenía el pelo alborotado y el rímel corrido por el sudor, la angustia y el llanto.

Se descubrió a sí misma de nuevo como un ser más patético, alcohólico y degenerado que la última vez que había pisado aquel motel de Las Vegas. Y no era poco.

Alcanzó la pitillera, situada a unos cinco centímetros de ella, aunque se le antojara tan lejana. En ese momento, mechero en mano, y con el cigarro entre sus bonitos labios que no osaban sonreír más, se dio cuenta del dolor que sentía en cada uno de sus músculos, de sus huesos, de los lóbulos de su cerebro y de cada milímetro de su alma.

Le habría encantado poder llamar a alguien para que la ayudara. A lo que fuera, pero a algo. El problema era que no sabía a quién.
Se sintió tan sola, con la única compañía del humo espeso que la rodeaba, que llegó a pensar que ni siquiera la almohada deshilachada de aquella cama rota querría abrazarla.

En realidad no estaba en lo cierto, pero eso da igual.

Necesitaba una salida, pero la única que encontró fue la de ese bloque cutrefacto en el que yacía más muerta que viva desde hacía tiempo, aunque no supiera exactamente cuánto.

En la otra punta de la ciudad, él esperaba volverla a ver, con su figura etérea, frágil, extrañamente bonita, mientras fumaba tabaco negro, bebía tequila y vestido con una camiseta no tan larga, pero igualmente rota y antiguamente blanca.
Pero eso, da igual.

Nadie lo supo nunca, pero él tocaba con la guitarra la misma canción que ella tarareaba. Eran las dos y media de la noche.
Decidieron dormir. No lo hizo ninguno.

Pero eso, claro, da igual.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Y la seda se convierte en un papel de fumar.

Y yo sé que estás mirando al suelo, buscando no sabes qué que sabes que has perdido mientras yo me termino tu cena.
Pero no te preocupes, he tenido la decencia de recogerlo todo, para que, cuando vuelvas a casa, no encuentres las miguitas en el mantel que te recuerden que tienes hambre.

Después entrarás en la ducha a quitarte la conciencia con la espuma, y te meterás en la cama a dar vueltas hasta que ya no sepas qué pensar y acabes por dormirte.

Y, por la mañana, con un poco de suerte no recordarás lo que has soñado, porque seguramente no te iba a gustar nada, por un motivo o por otro y pensarás qué estamos haciendo bien para que vaya un poquito mejor que muy mal (que es de lo que debería ser) mientras miras por la ventana esperando que un rayo de sol te dé la respuesta que tú pareces no encontrar.

Mira, ya sabemos lo que se te perdió la noche anterior.

martes, 26 de octubre de 2010

Un sorbito.

Recuerdo el sentimiento de ingravidez en aquel avión. Exactamente el mismo que tenía él al verla aparecer por aquella puerta de cristal cada tarde.

Resulta que, casualmente, como le apetecía pensar a él, lo mejor de cada tarde desde hacía algunos meses, exactamente los que hacía desde que la vio por primera vez, lo mejor de cada tarde era leer el periódico mientras, de reojo, miraba las escaleras por las que ella bajaría tarde o temprano, con un enorme bolso lleno hasta explotar colgado de su brazo.

Ni siquiera se planteaba si algo iba demasiado mal (o bien). Porque planteárselo significaba reconocerse que ya había un problema.

Aquella tarde, sentado en su lugar de siempre, esperando no ser visto, o ser mirado. Una de las dos.

lunes, 25 de octubre de 2010

Fue bonito, mientras no duró.

A veces parece como si tuviera todo el tiempo del mundo para reír, y sonreír (que no es lo mismo) y querer mucho lo que no tengo y lo que no sé si podré tener. Y no sólo hablo de mis no zapatillas.

Otras, en compensación, parezco la misma persona cuya alma abandoné hace unas semanas, metida en su mismo cuerpo, pero en otra habitación.

Definitivamente, esto de ser bipolar a tiempo parcial es una ventaja. Al menos si lo comparamos con la otra opción, que sólo tenía un polo. Y no de limón.

domingo, 10 de octubre de 2010

Con cuentagotas.


De pequeñas, todas las niñas se supone que sueñan con príncipes azules muy guapos, sabios y caballerosos que las salvan de una muerte atroz vía fogonazo de dragón, manzana envenenada o muerte súbita. Sin embargo, yo preferí sufrir desde la infancia, para que no pudieran decirme después que la adolescencia nos vuelve idiotas. Yo es que vine tonta de serie. Y sin cinturón de seguridad.
Una lástima.

Aún no me he atrevido a pulsar 'Voy a tener suerte!' en Google porque no quiero fastidiarles el invento y que luego vengan aquí con demandas. Por eso, cualquier atisbo de felicidad me hace estremecer hasta límites insospechados. No me gusta no creer en lo que de hecho creo, pero menos aún me gustaría recaer en el sentimiento de sinsentido vital que es, a su modo, una muy cruel forma de vida que, también a su modo, te hace asumir un letargo sensorial de dimensiones realmente gigantes.

Hacía mucho, mucho tiempo, que no sentía la punzadita ahí, donde siempre, en ese lugar que no es órgano, ni músculo, ni hueso, ni sangre.
Ahí, donde el alma, muy de vez en cuando me dice que esta vez quizá debería entrar a Google y pulsar mi suerte.

domingo, 29 de agosto de 2010

No quedan días de verano.



Suspiro (verbo. Primera persona del singular del presente de indicativo del verbo suspirar).La puerta de la terraza abierta para que entren las últimas gotas de un Sol que en realidad se escondió hace ocho minutos.
El sonido de una radio que canta los goles de tu equipo en la primera jornada de Liga te avisan de que, una vez más, se acerca el momento de volver a poner el edredón para hacerse bolita por las noches.

No sabría decir muy bien qué ha cambiado desde la última vez que pensé en sacar el edredón de su retiro de verano. Es muy probable que nada en absoluto. Y eso, precisamente, es lo que va a hacer que, de repente, lo mismo ya no lo sea.

Abrir otros libros, reír otras gracias, pensar otras cosas, dibujar otras lágrimas, y querer... ¿y querer?

Suspiro (acción).

miércoles, 18 de agosto de 2010

Planear un linchamiento.


En orden cronológico, lo primero que hizo fue llorar mientras se tiraba en plancha a la cama. Y, depués, siguió llorando. Llorando hasta sentirse seca por dentro y su piel muy mojada. Lloró sin parar durante minutos que le parecieron horas, pero en ningún momento dejó de querer hacerlo. Parece ser que, llegado el momento, sus lágrimas dejaron de surcar su rostro de manera visible, al menos.


Recorrió lentamente su cuello, digo, su habitación. La observó como si nunca antes hubiera estado allí, como un cuadro de museo. Reparó en cada forma divertida que formaba el gotelé de la que había sido su vida entera en cuatro paredes.


Se movía acariciando cada centímetro de la colcha en la que se había sumergido tantas noches tristes de invierno (las tristes de verano no incluían colcha).


Recordó el momento que había imaginado y que nunca llegó a ocurrir, y el que ocurrió y jamás lo hubiera pensado.


Tuvo mucho miedo. Miedo e impotencia.

Después sintió un escalofrío. El propio de cuando no quieres dejar de sentir algo, y que se agrava al pensar que no quieres que otro algo sustituya al primer algo al que no quieres dejar de querer.


Creyó que se moría porque no respiraba. Apnea.

Podía oír grillos, sentir el frío de la noche de final de verano, del último verano antes del primer otoño, y, como si estuviera a punto de implosionar en llanto y veneno, fue testigo de su vida en diapositivas, con un denominador común.


sábado, 31 de julio de 2010

Autocontrol.


Son las cinco de la mañana. No, perdón: son las cinco de la mañana y me carcome la rabia, el odio, el miedo y el dolor.

Pasaban once días de aquel trágico y genial viernes tan frío del que tengo tanto y tan poco que recordar. No sé por qué debo suponer que a mí no me mentiste (al menos aquella vez).

Tenía claro que aquello iba a pasar. Seguramente desde mucho antes de verme contra las cuerdas.


Acabo de saber a ciencia cierta cómo ha de llamarse esta cosa. La cosa que me persigue incansablemente, haga lo que haga, esté donde esté.


Lo único que tengo claro es algo que ni siquiera soy capaz de decirme en voz baja, inaudible, una vez cada siglo. Pero lo tengo claro. Y eso es algo que nunca nadie me podría arrebatar... Nadie, salvo yo, que me empeño, una y otra vez, en darle la vuelta a algo que no tiene más que una cara. La cara amarga y bonita, la triste y la risueña que, a cada momento, cuando cierro los ojos, me dice que no.


Que sí. Y que no.


Y cada acto vandálico, y cada rebelión interna, y cada momento de asco al mundo y con el mundo a ti y a mí lo debo a un solo instante, que son muchos, y que se reducen a uno sólo cada vez.

miércoles, 16 de junio de 2010

Botas para pisar charcos.

Estoy completamente enamorada de ti, completo desconocido. De tu música cuando te mueves, y de tu sonrisa cuando tienes cara de que me quieres matar.
Suena de fondo una canción muy bonita con la que podría llorar hora tras hora hasta quedarme seca.
Lo hago de vez en cuando, siempre que pienso que estoy segura de que no querrás venir a salvarme ni te compadecerás de mí. Pero te quiero, completo desconocido.
Te quise aquel día, y desde entonces, pues bueno, digamos que sobrevivo (survive).
Pienso cada día en cosas aún más grotescas, tétricas y desconcertantes (paranoia?), pero no se las cuento a nadie. Ni siquiera a ti, completo desconocido.
Lo único que me queda es... No sé lo que es.
Sé que no envidio este día, sino aquél. Y eso es lo que lloro. Porque, completo desconocido, lloro. Poco, eso sí.
No vaya a ser que cojas tu chaqueta, te des media vuelta y vengas a mi casa para que salga por la puerta. Contigo.
No.

lunes, 17 de mayo de 2010

Ayer, hoy y mañana.


Eso es lo que diferencia a los fuertes de los débiles, o lo que es lo mismo, a los que no quieren de los que sí.



Tiene nombre, apellidos, dirección, teléfono, código postal, localidad, provincia, correo electrónico, DNI con su foto.

Él tiene todas esas cosas y tú qué tienes? Ninguna.


Aprender a conformarme es algo que no se me da del todo bien.


Mirar las fotos de cuando éramos niños, de hace no tanto tiempo, creo y admirar la sencillez que tiene la vida desde la perspectiva de un ser de un metro de altura.


Los besos en la mejilla, los juegos en el patio, las horas felices que tú echas de menos, el olor a hierba y la nocilla del chocolate, el banco desde el que mirabas las estrellas, los juguetes rotos.


Los juguetes rotos que, con la edad, se convirtieron en muñecas muy frágiles, aunque no fueran de porcelana. Las que tú te dedicabas a admirar por un período de tiempo casi imperceptible antes de lanzarlas contra el suelo con desdén.

domingo, 2 de mayo de 2010

INMUNDICIA.

Voy a montar un dos de mayo.
¡Mira, como el día de hoy!
Una de las nuestras. Y por dentro tengo una especie de torbellino de frases de colorines fosforitos girando. Gritando.
Creo en la felicidad y en el amor. También creo en el escepticismo fingido por insinto de supervivencia.
Creo mucho en lo efímero. Y en lo eterno si se trata de mí.
A veces siento dentro de mi cabeza como un reloj de arena que se agota poco a poco. Otras pienso que no me late el corazón, que es el segundero de un reloj de bolsillo.
Tengo tareas pendientes. Es como ir a un trastero a rebuscar entre la mierda (siendo mierda = recuerdos), que sabes que aunque es algo que te encanta volver a revivir, de ahí no puede salir nada bueno. Nada... más que mierda (siendo mierda = recuerdos).
Yo, parece ser, he optado por retrasar el momento de ir al trastero. Hago como que no veo la llave de la puerta. Otras voy hasta allí, me quedo mirándola... me giro y me voy. Porque en realidad abrirla sería cambiar todo lo que guarda detrás.
Hay cosas que no merecen ser perdidas. Me gustaría pensar que siempre podré tener de nuevo mis nuditos en la garganta. Pero sé que no.
Por desgracia, vivo en una contradicción tan hermosa y cierta que se convierte en una dicción sin contra.
Me di un golpe en la cabeza al caer, miré arriba. Y supongo que debí haber llorado por el dolor, pero recuerdo mi risa. Mi risa, mis zapatillas pintadas, la ropa, la calle y la sonrisa inintermitente.
Te juro que tengo exactamente la clave.
Tiene ocho cifras, claro.

lunes, 26 de abril de 2010

De la náusea al amor.

El uno por el otro, la casa sin barrer.

El amor como reacción bioquímica no tiene gracia. Es pensar en glándulas segregando hormonas a mansalva y, chico, que me da por no creer en él.
Seguramente he salido mucho más literaria que literal en este tema, claro.

Aunque si pienso en él como idea, como sentimiento, como emoción, como dolor, como angustia, como bonito y como feo y como todavía más bonito que la anterior vez y como: 'hala, ¿has visto cómo te mira hoy?', pues tampoco es que quiera creer siempre.
Y qué.

Pero hablemos del momento vuelco. Sí, ya sabes, el de 'oh, dios mío, está ahí, y yo me pongo nerviosa y no quiero que se me note, porque ya me dirás tú qué barbaridad, vamos a disimular, aaaayyyyy, que no, que no, date la vuelta, que no te ha visto y seguro que hablas y no dices más que estupideces y tartamudeas porque, en realidad, lo único que le quieres decir es lo que no sabes, y pf, pero MIRAAA! ay, ya te ha visto, mierda, joder, ¡estúpida!, quita esa cara de empanada, ¿es que no sabes actuar de forma normal, como una persona corriente?, pues no, claro que no sabes, menuda barbaridad. Ay, que se te cae la baba nada más olerle a dos calles de distancia, si es que tienes un jodido radar. Eh, chica, que te den, lleva dos siglos mirándote, porque no le saludas, y encima le estás poniendo la cara de asco que te quieres poner a ti misma por soberana imbécil y repelente mental'.
Mira tú qué tontería, qué plasmación de absurdez y qué pérdida de raciocinio.

Considero completamente necesario enamorarse al menos una vez en la vida, aunque ese verbo, al igual que el 'amar', me parezcan absolutamente horripilantes y abolibles.

Quizá sean mis reacciones químicas internas las que me hacen ser tan... asi. Pero no conozco a nadie que no se vuelva un poquito más tonto cuando quiere mucho a otra persona. Cuando la QUIERE (con mayúsculas, del verbo amar).

Menuda tontería.
Pues sí, mira, SÍ (sí, del verbo afirmar).
Y si la definición de locura es hacer la misma cosa muchas veces esperando que cambie el resultado... nos deberían encerrar.

El amor, como la amistad y otra serie de sentimientos complicados, son como la fe. O, al menos, deberían serlo.
Creer en algo o en alguien por encima, prácticamente, de tus posibilidades, de la razón y de lo que pueda pensar alguien ajeno al respecto.

El amor, como la amistad y otra serie de sentimientos complicados, está hecho para el loco, el errante, el ingenuo, el débil más fuerte, o mejor, el fuerte con debilidades.

Y luego estoy yo. Pero de mí hablaremos otro día.

martes, 20 de abril de 2010

El día que aprendes.


Hay cosas que no consigues aprender nunca del todo. Como las palabras. Nadie conoce todas las que existen, ni aspira a ello.

Eso es bonito porque, aunque en el caso de que nos diera por memorizar un diccionario de la A a la Z, siempre quedarían palabras por formar. Aunque sólo fueran de ésas que se inventan dos amigas para denominar al chico que le gusta a una de ellas, o a la idiota que se sienta al lado en clase y que huele mal.


Otras, no se trata de aprenderlas, sino de asumirlas. Asumir que cada persona tiene una vida, y que por muy unida que esté a la tuya, es diferente. Que hoy es hoy, pero que es distinto de ahora mismo, y que no podemos asegurar que estamos vivos porque en el tiempo que tardamos en pronunciar ese puñado de sílabas podemos morir.


Lo malo de esto no es que la gente cambie, que se vaya, y que nos duela.

Sin duda, el problema es cuando llega el momento en el que ya no echamos de menos.

Es ése, precisamente, mi miedo.

Miedo a no querer. A cambiar de idea.


Sé que lo positivo, muchas veces, o lo recomendable, otras (no sé si es lo mismo en este cas la primera palabra que la segunda), es evolucionar. Aunque para ello tengamos que renunciar a algo.


Yo renuncio a renunciar. Ya dije que era un verbo que no me gustaba nada.

Y menos me gusta la necesidad de renunciar a algo porque, ante una disyuntiva, cualquier opción implique el rechazo a algo que quiero tanto. Tanto como tú (y 'tú' son muchos, en este caso).


Alguien muy, muy sabio, me dijo agarrándome todo lo fuerte que pudo aquella noche que me agarrara fuerte a lo que merecía la pena.

Lo pienso atar con la sexta no cuerda de mi media guitarra.


Siempre he tenido miedo al olvido, aunque no sea miedo, en realidad. 'Que no se olvide de mí' ha sido la frase que, posiblemente, más quebraderos de cabeza pueda acarrear a alguien como yo.

Y si pienso en ésa, y no en su versión 'no quiero olvidarme de...' es porque sé que soy INCAPAZ de olvidarme de ti, de ti, o de ti.


No podría ni aunque quisiera. Pero es que tampoco quiero.

Cómo os quiero querer, y no querer, y querer más, y menos, y que todo sea tan estupendo como en los cuentos que alguna vez creo que me llegué a creer.

miércoles, 14 de abril de 2010

Vamos a ver.

Humo. Es todo lo que respiro. El aire hace mucho rato que se acabó y ya no hay nadie que me lo dé.
En realidad, debe haber una ventana cerca, sí, pero es que, por no tener, ya no tengo ni luz para buscarla. Está todo tan a oscuras...
No me gustan las certezas, porque ¿acaso la tengo sobre algo?, ni tampoco las premoniciones. Pero éstas sí que a menudo tienden a cumplirse y por eso temo cuando se me 'manifiestan'.
Se me acelera de repente un montón la respiración, como si fuera a toda velocidad por una rampa preciosa llena de hierba alta y verde en un atardecer, como si fuera feliz.
Sólo me pasa dos veces por semana, calculo.
Coincidencia.
La sorpresa es la acción o efecto de sorprender. Y yo no voy a sorprenderte. Pero te voy a dar (o quizá, al menos, podría) algo mucho mejor y mucho más increíble.
Déjame tiempo. Que queda poco. Y lo tengo todo muy incalculado.

martes, 13 de abril de 2010

Premeditación y alevosía.

Desde pequeñita me gustaron las palabras complicadas, las que la gente no sabía utilizar de forma adecuada y las difíciles de pronunciar.
Después, fui aplicando la complejización a todo mi ser, a mi estructura interna, a mis moléculas y al oxígeno que respiraba.
Me conozco de forma que nunca me llego a conocer y me sorprendo cada día, como si se levantara otra persona, más niña, más ingenua, y con más ganas de no necesitar.
Ya no me acuerdo cómo era abrir los ojos y ver que lo que era se trataba de lo que quería.
O, mejor dicho, me gustaría no tener que recordarlo.
Cuando no te duele, no valoras lo indoloro, ni recuerdas lo que en su momento dolió.
Te lo dicen los labios que valen más por lo que callan que por lo que dicen. Y que el día que empiecen a moverse para hablar...

jueves, 8 de abril de 2010

Clarividencia.

Imagina todo lo bueno, y dale la vuelta.
Ahora imagina todo lo malo, y párate a pensar si es más creíble así o de la otra forma.
Da miedo tener miedo, y más aún ser tan consciente.
Porque, no te engañes, hay cosas que pierden su gracia en el momento en el que sólo quieres poder cantar riendo la letra de una canción para pringados, que ya conoces, y que sabes que te gusta porque no te debería gustar (como todo).
Que aquí el uno por el otro y la casa sin barrer.
Y no es que quiera barrer, especialmente. Preferiría dormir que estar escribiendo, y adoraría no plantearme tantas cosas 'mientras tanto', pero... Pero.
Cuando sólo hay peros.
Cuando sólo hay perros.
Perros callejeros que te dan con la patita cuando no les gusta lo que tienen para comer.
No me puedo creer lo que oigo, lo que leo, o lo que veo. Pero sí lo que pienso, que es lo peor.
Mañana será otro día.
O el día, en particular.
Notas para mañana: Recordarme a mí misma releerme y borrarme.

jueves, 25 de marzo de 2010

Cuestión de prioridades.


Renunciar es un verbo que no me gusta nada. Me encantan los verbos, generalmente. Conjugarlos en mi mente, saber que me los sé, aunque dude que eso sirva para algo.

A veces me reconforta ligeramente pensar que conozco un poco más de alguna cosa, para conocerme yo mejor.

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Dieciocho años y medio conmigo, completa desconocida. No me dejo conocerme. Me miro en el espejo y sólo veo la representación más certera del ciclo del agua: las lágrimas que nacen en mis ojos, surcan mi cara, se evaporan, forman nubes... y después vuelve a llover.


El agua es necesaria, no podemos vivir sin ella. Saladita.


Creo que nunca me gustó la perfección, pero menos aún el desconsuelo. Sé que los momentos más perfectos que he tenido están llenos de lagunas. Saladitas. Lo que más me gusta recordar, me hace daño.


No lo digo como algo triste. A estas alturas es como hacer la lista de la compra: algo mecánico, sistemático, lleno de palabras que no hacen sentir nada más que hambre.

¿Hambre de qué?


Algo bonito. Quiero algo bonito. Algo a lo que abrazar antes de quedarme dormida.

No quiero que me entiendas. Quiero que te calles poquito a poco, que vayas bajando la voz, hasta que tus susurros sean casi inaudibles. Quiero que vuelva a ocurrir la casualidad, la misma de siempre, y que ya no lo sea.


Dolor. Siempre el mismo, en el mismo sitio, a la misma hora. A veces me duele tanto que no respiro, pero ni siquiera me doy cuenta porque no me suelo preocupar mucho por mí.

Me da igual. Estoy bien. Estoy muy bien. Estoy perfectamente. Me lo creo.


Desequilibrio. Que no pare nunca, por favor. No me dejes acostumbrarme, no me hagas pensar que no estoy viva. Si no me duele, no lo noto. ¿Pero sabes qué? Cada vez necesito más droga para no darme cuenta de que los verbos que menos me gustan son los que más conjugo.

No me importa, me he acostumbrado. Pero no me acostumbro a otras cosas.


Aquí nadie sabe nada, nadie recuerda, nadie piensa en que tal vez convendría pensar más (o menos). Sé el final de mi vida, de ésta de ahora, desde hace demasiado tiempo. Sonrío. Sonrío porque así puedo decir que lloro de la sonrisa, aunque no de la risa.


Bisturí. Sutura. Drenaje. Hubo un tiempo, el menor múltiplo de ocho, en el que me acostumbré a lo bueno. Fíjate si será así, que lo había hecho antes de ser consciente de ello.


Vacío. Cuando te extirpan lo único a lo que querías agarrarte. Tan sólo seremos libres cuando no haya más que perder.


Desnuda. Desnuda. Completamente desnuda.


No se trata de lo que nadie piense, todos opinan, pero, ¿quién sabe?

Siempre, efectivamente, quieres más. Y cuanto más crees tener, más tienes... ¿sabes qué? Más Nada tienes.

Bonita, infinita, absurda, delicada, triste, suave, intensa, dolorosa NADA.

domingo, 14 de marzo de 2010

Fotograma.


Rock and roll, tequila de garrafón, paso fácil de baile, pide a gritos que le quites el carmín que le queda en los labios.


La mirada perdida, el mechero en el bolsillo, el ritmo en el lóbulo más dañado de su pobre cerebro de niña mala frustrada.


Busca, y no encuentra.

Quiere, y no la aman.

Bebe, y no le sube.

Dolor.


Dejando atrás el físico, que es incapaz de sentir tras cinco whiskies con hielo, baja la mirada intentando encontrar el alma que se le cayó hace un rato al suelo. ¡Se la están pisoteando!


Podría haber hecho cualquier locura más, podría incluso haberlo olvidado todo, su nombre incluido.


Una sola cosa más. Quería perder, perderse. No la dejaron. Era fácil de arrastrar, pero se agarró a lo único que podría sujetarla.

A la vuelta de la esquina, ahí, y allí, el tiempo.


Llévala a casa. Quiere dormir. Y de soñar, ni hablamos.

lunes, 22 de febrero de 2010

Tránsfuga.


Me encanta no conocerte nunca del todo.

Escribir tu nombre con tiza en una pared que tantas veces nos ha visto pasar o pintarlo con el dedito en el espejo del cuarto de baño cuando se empaña con vaho. Pero sólo mentalmente. Para luego borrarlo con un rápido movimiento de mano en mi imaginación: 'Aquí no ha pasado nada'.


me gusta descubrirte o pensar que te descubro y, a veces, quiero creer que tú intentas hacer lo mismo conmigo, que es un código secreto que desciframos por separado, aunque telepáticamente sepamos que es algo compartido.


No me gusta mentirme, y ahí llega el problema. Tampoco me gusta mentirte, aunque eso lo hago mucho menos, y en forma de negar rendirme a nuestra propia evidencia, que debe ser tan evidente para todos como complicada para mí.


Eres, eras y seguirás siendo un bonito pasatiempo. Como los de los niñitos pequeños en el parque, pero en versión dolorosa, casi letal.


En Derecho estudié algo sobre la condición, el término y el modo. Tú eres (o yo soy para ti) del primer tipo: algo futuro e incierto.

Sobre todo incierto, porque tal vez sea (yo) pasado.

domingo, 14 de febrero de 2010

Colisión frontal.

El momento en el que me di cuenta de que ya no nos conocías fue verdaderamente revelador.
Podría haber contado hasta cien, y quedarme corta, intentando sumar las veces que he creído que habías perdido el alma por el camino y no te habías dado la vuelta para buscarla.
A veces las palabras duelen, las sílabas hacen sangrar y las letras se agarran a la tinta para intentar evitar ser dichas.
Siempre he sido de las que se arrepiente de lo que no hace.
Vamos a pensar en esos momentos en los que (aún) éramos felices.

martes, 12 de enero de 2010

Por Favor...


Hola, me llamo Laura y tengo un don especial para enamorarme de lo que no me conviene.
Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.

La gente se enamora, digamos. Se enamora de una cara, de un cuerpo, de una vida.
Yo me enamoro de lo incorrecto, de lo psicótico y de lo prohibido. Me enamoro de una cara porque detrás, dentro del cráneo, hay un cerebro que me vuelve loca.
Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.

La gente tiene prioridades, digamos. Prioriza su vida ante la del resto, la de la gente que le quiere, la de todas las personas que darían algo por verle tan feliz que sólo fuera una sonrisa gigante que contagiara a los demás como un virus benigno.
Yo priorizo de pena. Doy más valor a lo tuyo, a lo suyo, que a lo mío. En el fondo, mi forma de preferir lo del resto a lo mío, es algo innato. Estoy enamorada, aunque sólo sea a ratos, de la forma que tengo de demostrar al mundo y sobre todo a mí, lo patéticamente desgraciada que puedo ser comportándome de esa manera. Y por eso, a veces, me quiero querer.
Y el uso del verbo enamorar ya no es tan literal como antes.

A todos se nos ha pasado por la cabeza, al menos una vez, el querer hacer una locura. Una locura que no es tan locura, pero que es lo que necesitamos para que el pecho deje de doler, para que se vaya la presión que ejerce la gravedad en nuestras lágrimas para que caigan.

No tengo ni tiempo ni ganas. Bueno, siendo sincera, tiempo tengo bastante, todo el que no dedico a memorizar las diferentes formas que tendría de matarte y que no me condenaran. Pero no tengo ganas. Que no, que no, que ganas tengo, créeme, pero es como volver al bucle. Estoy enamorada de mi bucle, tanto que no lo puedo dejar.
Y esto sí que es total y plenamente verídico.

Mi bucle cambió de repente, hace varios diecinueves. Así, de forma natural, como pasan las cosas bonitas, supongo. Me gusta mi bucle. Girar en él, volverme loca, querer odiarlo, querer incluso salir.
Y no poder.

Quizá sólo pretendía que tuvieras un poco de caridad. Por aquello de hacer la buena obra del día, ya sabes. Que no quiero nada, que no.
Que no sé cómo lo hago, pero en el maldito centro del maldito bucle, siempre te encuentro sentado en el mismo banco.


Y por acabar el bucle, me marcho saludando:

Hola, me llamo Laura y tengo un don especial para enamorarme de lo que no me conviene.

Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.