sábado, 11 de diciembre de 2010

Subtítulos.

Agarraba fuerte el anillo que él le había regalado el día que le pidió matrimonio. No sabía por qué estaba subida a esa barandilla oyendo como cada gota del agua que llevaba el caudal del río huía de la escena que estaba a punto de ocurrir.

Hacía cada vez más fuerza con su mano, intentando que en el último momento quisiera cambiar de decisión. Pero estaba decidida a hacerlo: lanzaría el anillo de compromiso y el velo de novia al agua y se iría tan rápido como pudiera de camino al aeropuerto, donde cogería el primer vuelo con rumbo a su nueva vida.

Y ahí estaba, tambaleándose con cada lágrima, recordando todo lo que quería a aquel tipo con mirada despistada y sonrisa de imbécil y lo poco que quedaba para que él dejara de quererla. O quizá no, pero de poco le serviría quererla si el odio iba a ser mucho mayor que el amor.

Cuando dejara caer lo que sostenía en su mano, borraría de un plumazo todo lo que llevaba tres años y un mes planeando construir.
Y sintió miedo. Porque él era el amor de su vida, y no habría otro así.

Justo al pensar en eso, abrió la mano para llevársela a la cara para limpiarse el llanto. Y el anillo, el velo, y treinta y siete meses de su vida pasada y todos los que le quedaran por vivir cayeron al agua lentamente.

No supo muy bien por qué, pero se alegró de haberlo hecho, aunque fuera sin querer.
Ahora se iba a quemar las cenizas de todo lo que no había logrado ser: la hija perfecta, la novia perfecta, la amiga perfecta, la mujer perfecta.

Nunca se quiso comprometer a comprometerse.
Sonrió, y se lanzó al río. La tela le serviría para hacerse unas cortinas, pensó.

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