sábado, 30 de abril de 2011

De todas formas.

Recuerdo que comimos castañas, que hacía demasiado frío para ser principios de noviembre y que te reías mucho porque no paraba de tropezarme por culpa de la suela despegada de mi zapatilla izquierda.

Y, aunque siempre pienso que era de noche cuando me acuerdo, creo que no eran más de las cuatro de la tarde.

Te adelantaste al reloj, a la alergia de la primavera y te fuiste con la primera ola del verano. Luego escribí todo lo que tenía que decirte en un montón de hojas secas cuando llegó el verano y soplé muy fuerte para que las leyeras desordenadas y a destiempo.

jueves, 14 de abril de 2011

100 ml.

Para cuando quise darme cuenta, había confundido tu perfume con el mío otra vez. Y, de esa forma dejé impregnadas las sábanas una noche más con tu olor. Pero no es igual si no estás tú, soltándote poco a poco la corbata, y el botón superior de la camisa para tomarnos la última en mi salón.

Sobre todo porque al día siguiente no habría beso en la mejilla a modo de despertador, ni desayuno sin diamantes, ni el cosquilleo de antes de pedirte que te quedes un rato más.

Nunca me acostumbré a acostumbrarme, pero últimamente antes de dormir toco con la guitarra la canción que tú me enseñaste una de esas tardes que acabaron en un colchón. Aunque no sea igual si no estás tú, carraspeando antes de empezar, mirándome desde el otro lado de la alfombra con la cabeza agachada, antes del primer acorde.

Siempre has sido la segunda voz de la canción y la primera en mi escala.

Ahora iré a equivocarme otra vez con la colonia, justo después de afinar la cuerda que me queda.

sábado, 9 de abril de 2011

Siete años en Marte.

Nunca pensaste que te cruzarías con él esta noche, ni que fuera consecuencia de lo que pasó por la mañana, cuando eras unas horas más joven y unas cuantas neuronas más inteligente.

Siempre tuve miedo a que te olvidaras de mí, de mi voz, de cómo te miraba cuando te veía y de cómo me hacía la loca cuando me mirabas tú a mí.

Nunca pude soportar el brillo de tus ojos. Me hacías tropezar a cada paso, y me hacías sentir torpe, inútil y un montón de adjetivos calificativos peyorativos más.

Siempre supe que me quedaría con las ganas y, aún así, lo tomé como costumbre.

Ahora que ya no vivimos en el mismo planeta, me gustaría cambiarlo todo desde el minuto uno. Y esta vez no es por ti, es por mí.

De todas formas, me encanta poder mentirme lo suficiente como para poder desayunar tostadas sabiendo que alguna vez dejará de caer por el lado de la mantequilla.