martes, 17 de mayo de 2011

Aunque nadie pueda verlos.

Cierro los ojos y puedo ver las líneas de tu mano talladas en mi espalda. Por eso, cada vez me gusta menos meterme en la cama y tenerme que dormir.

Cuando era pequeña habría odiado convertirme en todo lo que ahora soy, pero también en todo lo que jamás he sido. Nadie con cinco años escribe poemas de amor. Ni falta que hace.

Con el tiempo comprendí que ni mañana sería otro día, ni ayer fue lo suficientemente bueno como para volver atrás en el tiempo.

Imaginar lo que quiero, querer lo que quiero, creer que te quiero, y cantar a gritos esa canción se convirtieron en mis principales aficiones hasta que me cansé de repetir la misma frase y le cambié toda la letra.

La música seguía sonando bien, pero siempre me parece más bonito decir tu nombre que el mío, cuando se trata de interpretar.

martes, 10 de mayo de 2011

En tu bañera.

Llegó un momento en el que no sabía la diferencia entre espirar y expirar.

Doscientas noches en vela, un bote de tranquilizantes, una botella de ginebra, dolor de cabeza, llamadas sin contestar y un diario que acababa cada día con puntos suspensivos.

No se había decidido nunca a poner punto final a nada, y eso era algo que aplicaba no solo a su burda literatura sino a sus relaciones, a sus adicciones y a su miseria.

Las noticias hablaban de una nueva guerra en la que no tendría que batallar. Se retiró del combate hacía tiempo, lo suyo ya no era luchar. Siempre había querido pasar a la historia como un superhéroe de cómic, hasta que decidió que la única vez que aparecería en la prensa sería en forma de esquela, a poder ser no demasiado tarde.

El único lujo que se permitía era el de mirar por la ventana cada amanecer mientras todo lo demás en su vida se apagaba.

Por las noches, se sentaba y releía las cartas que nunca le envió y las del banco de cuando aún tenía dinero.

Y, por todo eso, llegó un momento en el que supo a ciencia cierta la diferencia entre espirar y expirar.

lunes, 9 de mayo de 2011

En tu nevera.

La chica más triste del mundo miraba un punto de gotelé de la pared que tenía enfrente. Tenía la televisión encendida, pero se había cansado de escuchar las miserias de otros cuando ella tenía tantas.

Se había olvidado de sonreír, y ya no recordaba cuándo las comisuras de su boca se habían ensanchado por última vez para soltar una sonora carcajada.

El chico fabuloso abría la nevera por tercera vez en la tarde, esperando encontrar algo que echarse al estómago que le quitara el dolor de conciencia. Entre las dos latas de cerveza barata y el plato cubierto con restos de pollo de la comida encontró el último brick de zumo de piña que ella había llevado antes de decirse adiós.

Menuda tontería.
Lo cogió con su mano derecha, mientras con la izquierda se rascaba la cabeza como hacía siempre que sentía que algo estaba fuera de lugar.

La chica más triste del mundo apagó el televisor, cogió el libro de la estantería y se tapó con una manta de lana blanca. Nunca había tenido tanto frío haciendo tanto calor. Abrió la primera página y de ella cayó el marcapáginas plastificado con la dedicatoria de un maldito hijo de perra.

Menuda tontería.
El maldito hijo de perra y el chico fabuloso venían a ser la misma persona.

Dos días después, se encontraron en la parada del autobús. Ahora, la chica más triste del mundo viene a ser una maldita hija de perra.

Menuda tontería.