Hola, me llamo Laura y tengo un don especial para enamorarme de lo que no me conviene.
Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.
La gente se enamora, digamos. Se enamora de una cara, de un cuerpo, de una vida.
Yo me enamoro de lo incorrecto, de lo psicótico y de lo prohibido. Me enamoro de una cara porque detrás, dentro del cráneo, hay un cerebro que me vuelve loca.
Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.
La gente tiene prioridades, digamos. Prioriza su vida ante la del resto, la de la gente que le quiere, la de todas las personas que darían algo por verle tan feliz que sólo fuera una sonrisa gigante que contagiara a los demás como un virus benigno.
Yo priorizo de pena. Doy más valor a lo tuyo, a lo suyo, que a lo mío. En el fondo, mi forma de preferir lo del resto a lo mío, es algo innato. Estoy enamorada, aunque sólo sea a ratos, de la forma que tengo de demostrar al mundo y sobre todo a mí, lo patéticamente desgraciada que puedo ser comportándome de esa manera. Y por eso, a veces, me quiero querer.
Y el uso del verbo enamorar ya no es tan literal como antes.
A todos se nos ha pasado por la cabeza, al menos una vez, el querer hacer una locura. Una locura que no es tan locura, pero que es lo que necesitamos para que el pecho deje de doler, para que se vaya la presión que ejerce la gravedad en nuestras lágrimas para que caigan.
No tengo ni tiempo ni ganas. Bueno, siendo sincera, tiempo tengo bastante, todo el que no dedico a memorizar las diferentes formas que tendría de matarte y que no me condenaran. Pero no tengo ganas. Que no, que no, que ganas tengo, créeme, pero es como volver al bucle. Estoy enamorada de mi bucle, tanto que no lo puedo dejar.
Y esto sí que es total y plenamente verídico.
Mi bucle cambió de repente, hace varios diecinueves. Así, de forma natural, como pasan las cosas bonitas, supongo. Me gusta mi bucle. Girar en él, volverme loca, querer odiarlo, querer incluso salir.
Y no poder.
Quizá sólo pretendía que tuvieras un poco de caridad. Por aquello de hacer la buena obra del día, ya sabes. Que no quiero nada, que no.
Que no sé cómo lo hago, pero en el maldito centro del maldito bucle, siempre te encuentro sentado en el mismo banco.
Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.
La gente se enamora, digamos. Se enamora de una cara, de un cuerpo, de una vida.
Yo me enamoro de lo incorrecto, de lo psicótico y de lo prohibido. Me enamoro de una cara porque detrás, dentro del cráneo, hay un cerebro que me vuelve loca.
Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.
La gente tiene prioridades, digamos. Prioriza su vida ante la del resto, la de la gente que le quiere, la de todas las personas que darían algo por verle tan feliz que sólo fuera una sonrisa gigante que contagiara a los demás como un virus benigno.
Yo priorizo de pena. Doy más valor a lo tuyo, a lo suyo, que a lo mío. En el fondo, mi forma de preferir lo del resto a lo mío, es algo innato. Estoy enamorada, aunque sólo sea a ratos, de la forma que tengo de demostrar al mundo y sobre todo a mí, lo patéticamente desgraciada que puedo ser comportándome de esa manera. Y por eso, a veces, me quiero querer.
Y el uso del verbo enamorar ya no es tan literal como antes.
A todos se nos ha pasado por la cabeza, al menos una vez, el querer hacer una locura. Una locura que no es tan locura, pero que es lo que necesitamos para que el pecho deje de doler, para que se vaya la presión que ejerce la gravedad en nuestras lágrimas para que caigan.
No tengo ni tiempo ni ganas. Bueno, siendo sincera, tiempo tengo bastante, todo el que no dedico a memorizar las diferentes formas que tendría de matarte y que no me condenaran. Pero no tengo ganas. Que no, que no, que ganas tengo, créeme, pero es como volver al bucle. Estoy enamorada de mi bucle, tanto que no lo puedo dejar.
Y esto sí que es total y plenamente verídico.
Mi bucle cambió de repente, hace varios diecinueves. Así, de forma natural, como pasan las cosas bonitas, supongo. Me gusta mi bucle. Girar en él, volverme loca, querer odiarlo, querer incluso salir.
Y no poder.
Quizá sólo pretendía que tuvieras un poco de caridad. Por aquello de hacer la buena obra del día, ya sabes. Que no quiero nada, que no.
Que no sé cómo lo hago, pero en el maldito centro del maldito bucle, siempre te encuentro sentado en el mismo banco.
Y por acabar el bucle, me marcho saludando:
Hola, me llamo Laura y tengo un don especial para enamorarme de lo que no me conviene.
Y el uso del verbo enamorar es especialmente verídico en este caso.