lunes, 17 de mayo de 2010

Ayer, hoy y mañana.


Eso es lo que diferencia a los fuertes de los débiles, o lo que es lo mismo, a los que no quieren de los que sí.



Tiene nombre, apellidos, dirección, teléfono, código postal, localidad, provincia, correo electrónico, DNI con su foto.

Él tiene todas esas cosas y tú qué tienes? Ninguna.


Aprender a conformarme es algo que no se me da del todo bien.


Mirar las fotos de cuando éramos niños, de hace no tanto tiempo, creo y admirar la sencillez que tiene la vida desde la perspectiva de un ser de un metro de altura.


Los besos en la mejilla, los juegos en el patio, las horas felices que tú echas de menos, el olor a hierba y la nocilla del chocolate, el banco desde el que mirabas las estrellas, los juguetes rotos.


Los juguetes rotos que, con la edad, se convirtieron en muñecas muy frágiles, aunque no fueran de porcelana. Las que tú te dedicabas a admirar por un período de tiempo casi imperceptible antes de lanzarlas contra el suelo con desdén.

domingo, 2 de mayo de 2010

INMUNDICIA.

Voy a montar un dos de mayo.
¡Mira, como el día de hoy!
Una de las nuestras. Y por dentro tengo una especie de torbellino de frases de colorines fosforitos girando. Gritando.
Creo en la felicidad y en el amor. También creo en el escepticismo fingido por insinto de supervivencia.
Creo mucho en lo efímero. Y en lo eterno si se trata de mí.
A veces siento dentro de mi cabeza como un reloj de arena que se agota poco a poco. Otras pienso que no me late el corazón, que es el segundero de un reloj de bolsillo.
Tengo tareas pendientes. Es como ir a un trastero a rebuscar entre la mierda (siendo mierda = recuerdos), que sabes que aunque es algo que te encanta volver a revivir, de ahí no puede salir nada bueno. Nada... más que mierda (siendo mierda = recuerdos).
Yo, parece ser, he optado por retrasar el momento de ir al trastero. Hago como que no veo la llave de la puerta. Otras voy hasta allí, me quedo mirándola... me giro y me voy. Porque en realidad abrirla sería cambiar todo lo que guarda detrás.
Hay cosas que no merecen ser perdidas. Me gustaría pensar que siempre podré tener de nuevo mis nuditos en la garganta. Pero sé que no.
Por desgracia, vivo en una contradicción tan hermosa y cierta que se convierte en una dicción sin contra.
Me di un golpe en la cabeza al caer, miré arriba. Y supongo que debí haber llorado por el dolor, pero recuerdo mi risa. Mi risa, mis zapatillas pintadas, la ropa, la calle y la sonrisa inintermitente.
Te juro que tengo exactamente la clave.
Tiene ocho cifras, claro.