lunes, 6 de junio de 2011

Only ones who know.

Con los ojos llenos de ira, con el cuerpo inmerso en dolor y rabia, con la boca sangrando a gritos y con todas las palabras contenidas durante semanas en el cielo del paladar. Así se encontraba Sam aquella noche de final de primavera.

Había imaginado el momento en todos y cada uno de sus sueños, el paseo, el mar, el viento moviendo el cabello de la chica, la risa nerviosa e incontenible que desprendía en una frase de cada dos, el olor de su perfume impregnado en el ambiente, el deseo de abrazarla, el escalofrío al sentir que rozaba la mano con la suya por casualidad, el brillo de su mirada en una noches de luna llena, las cosquillas en el estómago antes de pronunciar una frase, el temor a decir sí cuando tenía que decir no.

Lya se marchaba a la mañana siguiente, para no volver. Se iba el ondeo de su cabello, su risa de dibujo animado, su colonia cara, la posibilidad de abrazarla una noche de cada tres, sus manos electrizantes. Se llevaba sus ojos, y el reflejo de una tristeza infinita sumergida en una sonrisa conformista.

Para él dejaba el paseo, el mar, todo el viento del mundo, el ambiente sin su aroma, el deseo, sus dos manos, aunque ahora prefería que se las llevara ella en una caja de cartón, la luna llena, cada vez más menguante, su estómago inerte, el temor a no haber dicho sí cuando tenía que haber dicho sí.

No podía regalarle sus manos, pero sí una caja de cartón.

martes, 17 de mayo de 2011

Aunque nadie pueda verlos.

Cierro los ojos y puedo ver las líneas de tu mano talladas en mi espalda. Por eso, cada vez me gusta menos meterme en la cama y tenerme que dormir.

Cuando era pequeña habría odiado convertirme en todo lo que ahora soy, pero también en todo lo que jamás he sido. Nadie con cinco años escribe poemas de amor. Ni falta que hace.

Con el tiempo comprendí que ni mañana sería otro día, ni ayer fue lo suficientemente bueno como para volver atrás en el tiempo.

Imaginar lo que quiero, querer lo que quiero, creer que te quiero, y cantar a gritos esa canción se convirtieron en mis principales aficiones hasta que me cansé de repetir la misma frase y le cambié toda la letra.

La música seguía sonando bien, pero siempre me parece más bonito decir tu nombre que el mío, cuando se trata de interpretar.

martes, 10 de mayo de 2011

En tu bañera.

Llegó un momento en el que no sabía la diferencia entre espirar y expirar.

Doscientas noches en vela, un bote de tranquilizantes, una botella de ginebra, dolor de cabeza, llamadas sin contestar y un diario que acababa cada día con puntos suspensivos.

No se había decidido nunca a poner punto final a nada, y eso era algo que aplicaba no solo a su burda literatura sino a sus relaciones, a sus adicciones y a su miseria.

Las noticias hablaban de una nueva guerra en la que no tendría que batallar. Se retiró del combate hacía tiempo, lo suyo ya no era luchar. Siempre había querido pasar a la historia como un superhéroe de cómic, hasta que decidió que la única vez que aparecería en la prensa sería en forma de esquela, a poder ser no demasiado tarde.

El único lujo que se permitía era el de mirar por la ventana cada amanecer mientras todo lo demás en su vida se apagaba.

Por las noches, se sentaba y releía las cartas que nunca le envió y las del banco de cuando aún tenía dinero.

Y, por todo eso, llegó un momento en el que supo a ciencia cierta la diferencia entre espirar y expirar.

lunes, 9 de mayo de 2011

En tu nevera.

La chica más triste del mundo miraba un punto de gotelé de la pared que tenía enfrente. Tenía la televisión encendida, pero se había cansado de escuchar las miserias de otros cuando ella tenía tantas.

Se había olvidado de sonreír, y ya no recordaba cuándo las comisuras de su boca se habían ensanchado por última vez para soltar una sonora carcajada.

El chico fabuloso abría la nevera por tercera vez en la tarde, esperando encontrar algo que echarse al estómago que le quitara el dolor de conciencia. Entre las dos latas de cerveza barata y el plato cubierto con restos de pollo de la comida encontró el último brick de zumo de piña que ella había llevado antes de decirse adiós.

Menuda tontería.
Lo cogió con su mano derecha, mientras con la izquierda se rascaba la cabeza como hacía siempre que sentía que algo estaba fuera de lugar.

La chica más triste del mundo apagó el televisor, cogió el libro de la estantería y se tapó con una manta de lana blanca. Nunca había tenido tanto frío haciendo tanto calor. Abrió la primera página y de ella cayó el marcapáginas plastificado con la dedicatoria de un maldito hijo de perra.

Menuda tontería.
El maldito hijo de perra y el chico fabuloso venían a ser la misma persona.

Dos días después, se encontraron en la parada del autobús. Ahora, la chica más triste del mundo viene a ser una maldita hija de perra.

Menuda tontería.

sábado, 30 de abril de 2011

De todas formas.

Recuerdo que comimos castañas, que hacía demasiado frío para ser principios de noviembre y que te reías mucho porque no paraba de tropezarme por culpa de la suela despegada de mi zapatilla izquierda.

Y, aunque siempre pienso que era de noche cuando me acuerdo, creo que no eran más de las cuatro de la tarde.

Te adelantaste al reloj, a la alergia de la primavera y te fuiste con la primera ola del verano. Luego escribí todo lo que tenía que decirte en un montón de hojas secas cuando llegó el verano y soplé muy fuerte para que las leyeras desordenadas y a destiempo.

jueves, 14 de abril de 2011

100 ml.

Para cuando quise darme cuenta, había confundido tu perfume con el mío otra vez. Y, de esa forma dejé impregnadas las sábanas una noche más con tu olor. Pero no es igual si no estás tú, soltándote poco a poco la corbata, y el botón superior de la camisa para tomarnos la última en mi salón.

Sobre todo porque al día siguiente no habría beso en la mejilla a modo de despertador, ni desayuno sin diamantes, ni el cosquilleo de antes de pedirte que te quedes un rato más.

Nunca me acostumbré a acostumbrarme, pero últimamente antes de dormir toco con la guitarra la canción que tú me enseñaste una de esas tardes que acabaron en un colchón. Aunque no sea igual si no estás tú, carraspeando antes de empezar, mirándome desde el otro lado de la alfombra con la cabeza agachada, antes del primer acorde.

Siempre has sido la segunda voz de la canción y la primera en mi escala.

Ahora iré a equivocarme otra vez con la colonia, justo después de afinar la cuerda que me queda.

sábado, 9 de abril de 2011

Siete años en Marte.

Nunca pensaste que te cruzarías con él esta noche, ni que fuera consecuencia de lo que pasó por la mañana, cuando eras unas horas más joven y unas cuantas neuronas más inteligente.

Siempre tuve miedo a que te olvidaras de mí, de mi voz, de cómo te miraba cuando te veía y de cómo me hacía la loca cuando me mirabas tú a mí.

Nunca pude soportar el brillo de tus ojos. Me hacías tropezar a cada paso, y me hacías sentir torpe, inútil y un montón de adjetivos calificativos peyorativos más.

Siempre supe que me quedaría con las ganas y, aún así, lo tomé como costumbre.

Ahora que ya no vivimos en el mismo planeta, me gustaría cambiarlo todo desde el minuto uno. Y esta vez no es por ti, es por mí.

De todas formas, me encanta poder mentirme lo suficiente como para poder desayunar tostadas sabiendo que alguna vez dejará de caer por el lado de la mantequilla.

miércoles, 30 de marzo de 2011

And the complications.

Nunca había visto nevar tanto como ese invierno. Los copos caían sobre mi gorro de pana negro cambiándole el color. El frío entumecía mis huesos, uno por uno, comenzando por los dedos y llegando a la caja torácica.

Los pulmones, aún calientes por el humo de tu cigarro, calmaban las horas de espera en el banco del parque. ¿Te das cuenta ahora de que nunca llegamos a ir a cenar?

Contar las horas se convirtió en mi nuevo pasatiempo. Los muelles del colchón se clavaban cada madrugada en mi espalda y, al día siguiente, despertaba en una resaca de pesadillas cada vez más grande.

Cuando era pequeña, pensaba tener dos hijos, un marido, un chalet con piscina y trabajar en algo que me permitiera llevar corbata y un maletín de piel. Ahora me conformo con (man)tenerme a mí, con toda la vida que me queda, una mochila de cuero, un montón de tickets de la heladería a la que solíamos ir y a que, por las mañanas, suene en modo aleatorio una de las cinco canciones que aún no me recuerdan a ti.

Siempre es una lástima, perder el último billete de quinientos que me quedaba en la cartera.

sábado, 26 de marzo de 2011

Time to pretend.

Cuarenta y ocho horas pegada a un termo de café, agarrada a un libro cutre, de esos que nunca apetece leer, a una cajetilla de tabaco y al aire que me entraba entre los brazos cuando trataba de abrazarte.

Pero no estabas, así que todo lo que podía tomar entre mis manos se evaporaba con el humo del siempre penúltimo cigarro, acurrucada en mi rincón favorito de la cama, desde el que podía contemplarnos cien millones de veces, y luego una más, antes de abrir la ventana para congelarme con el viento de un diciembre más frío de lo normal.

Esa canción sonaba constantemente, en la radio y en mi mente, y la cantaba afónica pensando en que, quizá, si me concentraba, podrías pensar por un momento lo mismo que yo.

'Mañana por la mañana lo dejo', pensaba, 'este es el penúltimo recuerdo'.

domingo, 20 de marzo de 2011

Tú me llevas.

Recuerdo el sonido de lo que debió ser el mar cuando aún me gustaba pisar la arena de la playa. Escucho el ruido de los coches sobre el asfalto mojado y veo la farola que todavía me recuerda que no te has ido. Pido que seas tú quien apague la luz de mi lámpara esta noche y que enciendas todo lo demás.

Ahora ya no me creo mis mentiras, ni tus verdades, ni lo que dice la gente que llena mi cerebro con palabras que suenan a hueco y retumban de lado a lado con cada café amargo antes de que se ponga el Sol.

Antes habría querido abrazarte, ahora lo necesito. Pero eso no cambia nada. Seguimos tan solos como hace cincuenta minutos, cuando me llamaste para decirme que querías echar azúcar en mi taza esta tarde.

Me agota llevar el todo mi equipaje en un bolso de mano. Algún día debería facturarlo y quedarme yo en tierra esperando en el aeropuerto hasta que venga un avión que me lleve a mis antípodas.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Last living souls.

El cigarro en ayunas de por las mañanas la devolvía a la realidad, a las seis horas de oficina, al café a media mañana acompañado de bollería industrial, a las ensaladas mal aliñadas, y al dolor de pies por los tacones a partir de las cuatro de la tarde, a las broncas de su jefa y al olor a tinta de la fotocopiadora de la segunda planta, a los chillos del vecino cuando se acostaba con otra mujer que no era la suya a las nueve de la noche y a los chillos de su esposa cuando descubría un pendiente en su almohada.

Deberías estar aquí ahora para invitarme a chupitos, y dentro de diez años para llevarme el desayuno a la cama, y dentro de cincuenta para contarles a nuestros nietos todo lo que ellos ya no podrán hacer.

El cigarro antes de dormir, tumbada en la cama, sola, le devolvía a la tranquilidad de su precioso sueño infinito por unas horas, nunca más de ocho, hasta que sonaba el despertador y volvía a abrir la cajetilla.