domingo, 30 de agosto de 2009

Me he vuelto nihilista.


Tengo tres folios por las dos caras escritos por mí para ti. No, mejor sería catalogar ese texto inacabado como el principio del comienzo de un monólogo para un solo espectador, que eres tú.

Y mientras suena, en modo aleatorio, y por supuesto, en el de autodestrucción, 'A cualquier otra parte', me tienes en el minuto dos de este último día del mes de agosto, que tanto me quiere recordar, aunque no pueda, al de hace un año.

En el fondo no envidio ni extraño la comodidad de la ignorancia, o de la carencia de afecto por nadie, y mucho menos por algunas personas, pero de vez en cuando necesitaría que alguien, que tú, por ejemplo (no demasiado al azar, he de reconocer) me inyectara la dosis de fuerza que me dejo por el camino mientras utilizo la memoria como arma arrojadiza.

Sólo me salva que es lunes. El lunes treinta y uno de agosto, fecha que retumba en mi cabeza desde lo que me parecen tiempos inmemoriales, y en las baldosas de mi cocina, mientras yo buscaba tu mirada en mi reflejo del horno a las tres de la mañana de un viernes víspera de examen.

De verdad, no sé qué afición es ésta de hablarte para que no te enteres.
Menos mal que no eres el único con quien me pasa. Si no, lo consideraría un síndrome.

Como los cariotipos con el de Turner, el seis de mayo, unas horas antes, cuando vivía en la paz y en el sentimiento más profundo, más sincero y más idiota.
Paradojas de la vida.

Si te digo la verdad, no sé ni lo que he escrito.

lunes, 17 de agosto de 2009

Una de las últimas.


El error está en decir que será la última vez que piensas hacer algo:

La última calada al último cigarro.

El último sorbo al último cubata.

La última lágrima por el último hombre al que piensas querer, y así sucesivamente.


En el momento, en ese momento, te parece lo más sencillo del mundo: tirar el cigarro al suelo, echar el humo que no se han tragado tus pulmones cada vez más negros, pisar la colilla y mirar como la ceniza, tus últimas cenizas antes de la incineración, se impragnan entre el dibujo de los adoquines; apurar el trago, exprimir los hielos, dejar el vaso en la barra, y pensar que con ése último ya te entrarán todas las ganas de reír que se llevó la penúltima lágrima (no seas tan ilusa de creer que el resto se habían secado) que secaste con tu mano en tu mejilla derecha un milisegundo antes de que él te desubriera esperándole en silencio.


Y en ese momento, justo en ése, te ves capaz de todo, de decirlo, de gritarlo, de inventar ideas y planes descabellados que te parecen fabulosos.

Entonces, justo entonces, pasa algo.

Te das cuenta de que lo que tú quieres quizá no es lo que nadie espera.


¿Quién quiere esperar?

¿Quién quiere esperarme?


Y aquí estoy, en una de las últimas veces que lo pienso y no lo digo, que lo digo y no se nota, que se nota y no lo entiendo.


Que si pudiera elegir otro vicio diferente, créeme que lo haría.

Pero ya sabes cómo van estas cosas, y el primer paso es reconocer la adicción.


Llevaba razón: Eres perjudicial.




viernes, 14 de agosto de 2009

CENIZA.


Es lo que queda después de cualquier fuego, creo.
A veces parece que ya no quedan ascuas, que no está el horno para bollos, porque ya no hay con qué calentar.
Así que en ausencia de calor todo se enfría, comenzando por las sonrisas y acabando por las palabras.

Y es terrorífico contemplar la escena dantesca en perspectiva panorámica.
Y fíjate cómo será mi estado interno que ni siquiera conozco con exactitud cuál de todos aquellos espectros de dolor es el mío.

Y ahí estás tú, mirando. ¿Por qué nunca me doy cuenta a tiempo? Quiero decir, ¿por qué nunca sé qué hacer cuando llega el momento en el que tu mirada se fija en la nuestra y la tuya entristece por ver la nuestra que se ha perdido?

Confiaremos en que nuestra hoguera no se apague nunca, que tengamos mucha leña y le demos mucha caña al mono.
Necesitamos un acto de fe importantísimo en lo sucesivo, para mezclar lo onírico con lo real, a ver si así se hace más llevadero.

Y ahora me toca descifrar cuál de todas tus desgracias es la mía.
Porque, en realidad, podían ser varias.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Instinto de supervivencia.


Que yo digo que a estas alturas ya debería saber que la gente finalmente te decepciona, y también debería haber dejado de apostar tan fuerte por las cosas, haber dejado de esforzarme en esforzarme para que todo salga bien, y haber dejado de querer.


Pero, sin embargo, necesito creer que no todo lo que parece malo es malo, al igual que que no todo lo que parece perfecto termina siéndolo.

Porque el otro día se me cayó la tostada, y no fue por el lado de la mermelada.


Y entonces te paras a pensar qué porcentaje (y pensé en porcentaje porque el lenguaje clínico y matemático te aleja automática e irremediablemente de los sentimientos más puros, profundos y secretos) de las cosas por las que creíste acabaron desvaneciéndose y cuáles por las que no apostabas te sorprendieron.


Tendemos a valorar más un mal día que un buen instante.

Y ahí está el error. Y yo lo recuerdo, te recuerdo (a ti, y a ti, y a ti, y a él) y ni siquiera debería tener capacidad de llorar por algo.

Pero lo cierto es que la tengo.


Sólo buscamos la perfección. Pero la perfección es, desde luego, subjetiva.

Pero aún así sigo pensando lo mismo que ayer y que hace un mes.

Que ahora no sabría decir qué es.

Pero es.


P.D.: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA NO ME JODAS, VAMOS.

lunes, 10 de agosto de 2009

Idiota.


El lugar menos idílico, el momento menos perfecto, la sugerencia más tentadora y la respuesta más incongruente.

Todo eso puede pasar simultáneamente en una vida sin apenas darte cuenta.


Ya tendrás luego tiempo para arrepentirte, querer volver al instante y cambiar el dato que lo echó todo a perder.

Pero nunca en el momento, porque eso significaría que tienes la sangre fría y la cabeza en su sitio.

Y que no me digan que me controle, porque yo me dejo llevar.

Aunque tú no lo notes, ya lo noto yo por dentro. Cuando, de repente, todo se apaga y me quedo mirándote de reojo.


Cuando me descubro bastante más triste de lo aconsejable, con un nudito en la garganta que hace tiempo no sé soltar.

Seguramente no sería tan difícil si no fuera porque a veces creo que me encanta sufrir por ti, la dosis individual de droga dura que es más adictiva y más 'cara' que cualquier otra.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Apaga la luz a la niña.


Veamos.

Esto puede parecer fácil de escribir, sí, pero no lo es en absoluto.

No lo es porque no se lo estoy escribiendo a un papel, ni a un medio cibernético, te lo escribo directamente a ti mirándote a los ojos, porque puedo perfectamente, no te creas que no.


Necesitaba escribir. A veces me pregunto lo bien que estaría si todo lo que me da miedo decir lo pudiera hacer escribiendo.


Total, con lo fácil que era, con lo simple que era pronunciar semejante obviedad, con el poco esfuerzo y con el gran alivio que podía haber costado decirlo, y te callas.

Te callas tú y me callo yo.


Y encima, qué gracioso es todo, lo único que me salva es lo único que me destruye.

Suele pasar, creo.

O quizá sea cosa mía, también.


Preferiría borrar cierto día. A veces lo creo.

Pero está claro que si no fuera ése, habría sido otro.

Y está claro que era inevitable, que se veía venir y que el círculo se cuadra, otra vez.


Llegaremos al número áureo, o el infinito, que no es un número, pero es un símbolo, en su defecto. Hasta que alguien -que no seré yo- decida ponerle fin a esta peculiar forma atarse a la nada más absoluta.


A veces me planteo si no seremos un pasatiempo -y nunca mejor dicho- donde hay que encontrar las siete diferencias.