domingo, 28 de noviembre de 2010

Siempre fue para tanto.

Recuerda aquella vez que pensó que el momento que vivía sería inmejorable y como, con el tiempo, pasó a ser un recuerdo bonito más.
Recuerda a cada uno de los amores de su vida, uno a uno, rasgo a rasgo, parpadeo a parpadeo y como, con el tiempo, su imagen y su recuerdo se fueron disipando como la niebla de aquella noche de final de otoño.
Recuerda las pinturas de colores de su infancia, lo bonitas que le parecían cuando estaban nuevas y tenían la punta afilada y como, años después, las metió en el cajón más inaccesible: el de las cosas que ya no usaba.
Recuerda cada 'te quiero' de su boca, o de la suya, o de aquella amiga que jamás volvió a escribirle porque encontró una nueva vida a diez mil kilómetros de aquí.
Recuerda el momento de dolor más intenso, y el sentimiento de ser incapaz de poderlo superar y como, ahora se ríe de ese día en el que lloró porque ese niño rubio tan guapo le tiró tierra a la cara.

Estaba apoyada en el marco de aquella ventana de madera viendo nevar, con un vaso de café humenando entre sus manos para poder quedarse en vela toda la noche. Pensaba que así podría echarle la culpa de su insomnio a su ingesta masiva de cafeína.

Pero esta vez, como había pensado cada vez desde que tenía recuerdo, era diferente.
Esta, era la peor.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Pensar en alto, hablar bajo.

Aquella noche, como todas las demás, se besaron en cada farola, en cada columna, en cada rincón de aquella ciudad que les parecía nueva y más bonita cuanto más se abrazaban.

Nunca se habían querido, creían. Pero necesitaban su dosis de instantes en los que dejarse llevar y no querer destruirlo todo.

La lluvia mojaba todos y cada uno de los poros de su piel, su pelo y su ropa. Estaban empapados en esa desesperación de quien ya no busca nada.

Podrían haber estado diez años en aquel portal, comiéndose a besos. Podrían haber ido a fumarse la calle, o a quemar cada cachito de sus almas contándose las miserias que se encargaban de ocultar cada una de las más de cincuenta madrugadas que ya habían pasado juntos.

Podrían haber hecho eso. Cualquiera de esas cosas habría estado mejor que lo que en realidad ocurrió: aquella noche se enamoraron. Se enamoraron el uno del otro, del temor a equivocarse, del olor a lluvia impregnando las fachadas, de las baldosas, de la luz de las farolas. Se enamoraron de la tristeza de necesitar un cuerpo junto al suyo de vez en cuando, de la niebla, del vaho que salía de sus bocas en la primera noche que se dijeron 'te quiero'.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cada vez que respiras.

Es lo que tiene no tener nada, que a cualquier cosa la llaman todo.

Y así no se puede, porque ya no sabes quién eres, ni quien soy, ni quién creías que podías llegar a ser. Y lo asumes, porque no te queda otra, y porque sabes que ni de lejos es lo peor que te depara un futuro tan incierto como el que siempre anhelaste tener y el que te atormenta cada mañana entre las sábanas cuando suena el despertador.

Ni siquiera puedes quejarte. ¿No es eso lo que querías? Sin duda: no.

Y aquí estamos, otra vez, mirando por la ventana a través de unas cortinas que apenas dejan ver lo que hay detrás, creyendo que se va a volar el tejado con el viento y yo con él.
Y no se me ocurre mirar por un huequecito, no vaya a ser que lo que vea me guste tanto que no vaya a querer apartar la vista después.

Podría pasarme la vida haciendo esto que hago. O quizá haya un plan mejor.

martes, 16 de noviembre de 2010

Cosas que hacer cuando tendrías que estar estudiando.

Siente la presión en el pecho. El latido fuerte, contundente, inconfundible de cuando ves venir el abismo, o mejor, de cuando sabes que estás cerca y que no tienes posibilidad de parar.

Siente el sudor frío en tu espalda, en tus manos, en tu frente y reza por quedarte sin gasolina en el último segundo.

Siente el calor del momento, tu vida en imágenes en blanco y negro y a toda velocidad pasando por tu mente como un documental epiléptico.

Siente que estás soñando, aún. Y que lo siguiente no será sueño, ni pesadilla. No será nada.

Siente que ardes por dentro antes de arder por fuera, y que por un instante te dé igual quemarte.

Siente presión en tus venas, por la sangre que corre veloz para buscar la salida que tú no encuentras.

Siente el rugido de un motor, de tu motor, a punto de explotar, sabiendo que va a hacerlo y que no hay retorno.

Siente (lamenta) no tener palanca de marcha atrás, ni freno, ni botón de 'stop', ni una mano que, mientras vuelas, saltas por los aires, levitas, flotas, te caes y te hundes, te vaya a salvar.

Siente (y lamenta) que no vaya a haber nadie que recoja los cachitos de cráneo cuando caigas, hasta en el olvido.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Ser, estar, parecer.

Que no es lo mismo caerse que levantarse, porque lo primero ocurre sin darse cuenta y lo segundo requiere aguantar tu propia dosis de vergüenza y dolor. Sobre todo, dolor.

Y comprobar que la gente pasa a tu alrededor con sus ideas, sus pasiones y sus desengaños, y a ti que no te interesan ni siquiera los tuyos.
Y sentirte dentro de una película de bajo presupuesto con un papel protagonista tan poco brillante que se recordará más al tercer figurante que aparece, justo después de la escena de la ceniza quemando tu chaqueta.
Y pensar qué pasaría si, o qué pensaría aquel hombre del puesto de palomitas mientras se frota los guantes de lana, o qué demonios estoy haciendo dando vueltas en círculo entre la niebla y el frío del principio de una noche de final de otoño.
Y comprobar que no me creo ni mis propias verdades, por ciertas que sean y que sé que son.

Hoy he visto una foto tuya, y ni siquiera me he acordado de nosotros. Me he limitado a mirarte con cara de 'mira en lo que me has convertido'.

Tener miedo es siempre una opción valiente, pero sólo (con tilde) si tienes un buen motivo por el que temer.

jueves, 11 de noviembre de 2010

505


Eres una canción de amor inacabada, una melodía a la que le falta el silencio final, una clave de sol en un día jodidamente nublado, un pentagrama con las líneas torcidas, la quinta cuerda de un bajo, la letra de una banda sonora instrumental.

Eres la lluvia en un atardecer de verano, eres el frío de al salir de casa por la mañana, eres las últimas brasas de la hoguera, eres los escombros de la casa en la que nunca viviremos, eres la hierba recién cortada para un alérgico al polen.

Eres la vida de un suicida, y la muerte de un héroe. Eres lo creíble para un escéptico y lo irracional para un cuerdo. Eres la película con final sorprendente, y la última lágrima de un funeral. Eres la sonrisa más tímida y el grito más desgarrador.

Eres el alma de un pecador y la letra ilegible del médico que te va a matar. Eres el corazón con marcapasos y el cerebro caótico de un loco a tiempo parcial. Eres el mar en un amanecer de abril, y el sueño de una mañana de resaca.
Eres una canción de amor inacabada, pero eso ya te lo he dicho.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Memorias de una alcohólica borracha.




No recuerdo nada de ayer. Ni siquiera tu voz en mi oído. Ni siquiera tu respiración mientras dormías. Ni siquiera el roce de tus dedos en mi espalda.

Es una pena, creo. Porque tampoco puedo recordar lo que me costó dormirme, que fue mucho, ni la pena de saber cómo se agotaba cada segundo en el reloj.

Se me ha olvidado lo deprisa que recogí mis cosas del suelo y lo deprisa que salí de tu casa donde comprobé que el sol brillaba mucho menos que mis ojos.

No puedo recordarlo, porque creo que no lo he podido olvidar.
Y ahora no es ayer, y mañana no sabemos, y suena música triste, y la lluvia hoy puede que nos empape solos o juntos.
Dame una corona más.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Desespér - amé.

El aire pesaba en aquel bar con niebla de humo de tabaco, hormonas y alcohol. Seguramente el sudor y miles de colonias se juntaban también en ese ambiente, pero, muy ingenua ella, no olía otra cosa que el aroma del chico que estaba apoyado en la última columna de ese antro patético plagado de niñas monas y música intrascendental.

Pensó que seguro que él también estaba aburrido, girando el vaso de tubo semivacío que contenía una mezcla de ron con cocacola y agua de los hielos que se derretían con el contacto de su mano.

Por un momento se le ocurrió acercarse a hablar con él, aunque no tenía ni idea de qué se decía en estos casos. Alguna vez cualquier borracho de turno se había acercado tambaleante a darle conversación y a tratar de engañarla, pero nunca creyó que sería ella la que lo fuera a hacer en ningún momento de su vida.

Y ahí estaba él, bebiendo. Y ella no estaba suficientemente borracha como para atreverse a saludar. Le empezaron a sudar las manos. Especialmente cuando vio cómo sonreía él, aunque no fuera a ella. Seguro que ni la había visto. O quizá sí. Pero le había parecido tan irrelevante como cualquiera de las canciones que habían sonado hasta el momento.

Pasaron veinte minutos en blanco. Y se atrevió. Comenzó a andar muy nerviosa hacia el otro extremo del bar, mirando al suelo para no pisarse el ánimo.
Justo entonces, él cogió la chaqueta. Y se fue. No sin antes sonreírla.

Disimuló, haciendo como que entraba en el baño. Se tomó dos tequilas (entonces sí que iba borracha) y salió del bar.

Él estaba en la puerta solo.
'Estas son las cosas que no me pasan'.

A partir de ahí...

Barbaridad.

A veces prefiero no decir la verdad para no tener que mentir. Y juntar todos mis lados más patéticos y deplorables para hacer de mí alguien mínimamente entrañable y muy difícil de querer.

Resulta extraño pensar en la destrucción como algo deseado, creo. Pero es la única forma que conozco de ver las cosas como algo más que un proceso de envejecimiento y achaques que acaban en un ataúd.

Ineluctable, como siempre desde que la conozco, es la mejor palabra que tengo para describir cualquier cosa, por remota que sea, que (ni) siento y/o/(ni) padezco.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Abrazar el aire.

En su habitación olía a tabaco negro y a tequila. Estaba medio desnuda, con una camiseta larga y rota, que en algún momento llegó a ser blanca. Tenía el pelo alborotado y el rímel corrido por el sudor, la angustia y el llanto.

Se descubrió a sí misma de nuevo como un ser más patético, alcohólico y degenerado que la última vez que había pisado aquel motel de Las Vegas. Y no era poco.

Alcanzó la pitillera, situada a unos cinco centímetros de ella, aunque se le antojara tan lejana. En ese momento, mechero en mano, y con el cigarro entre sus bonitos labios que no osaban sonreír más, se dio cuenta del dolor que sentía en cada uno de sus músculos, de sus huesos, de los lóbulos de su cerebro y de cada milímetro de su alma.

Le habría encantado poder llamar a alguien para que la ayudara. A lo que fuera, pero a algo. El problema era que no sabía a quién.
Se sintió tan sola, con la única compañía del humo espeso que la rodeaba, que llegó a pensar que ni siquiera la almohada deshilachada de aquella cama rota querría abrazarla.

En realidad no estaba en lo cierto, pero eso da igual.

Necesitaba una salida, pero la única que encontró fue la de ese bloque cutrefacto en el que yacía más muerta que viva desde hacía tiempo, aunque no supiera exactamente cuánto.

En la otra punta de la ciudad, él esperaba volverla a ver, con su figura etérea, frágil, extrañamente bonita, mientras fumaba tabaco negro, bebía tequila y vestido con una camiseta no tan larga, pero igualmente rota y antiguamente blanca.
Pero eso, da igual.

Nadie lo supo nunca, pero él tocaba con la guitarra la misma canción que ella tarareaba. Eran las dos y media de la noche.
Decidieron dormir. No lo hizo ninguno.

Pero eso, claro, da igual.