domingo, 21 de noviembre de 2010

Cada vez que respiras.

Es lo que tiene no tener nada, que a cualquier cosa la llaman todo.

Y así no se puede, porque ya no sabes quién eres, ni quien soy, ni quién creías que podías llegar a ser. Y lo asumes, porque no te queda otra, y porque sabes que ni de lejos es lo peor que te depara un futuro tan incierto como el que siempre anhelaste tener y el que te atormenta cada mañana entre las sábanas cuando suena el despertador.

Ni siquiera puedes quejarte. ¿No es eso lo que querías? Sin duda: no.

Y aquí estamos, otra vez, mirando por la ventana a través de unas cortinas que apenas dejan ver lo que hay detrás, creyendo que se va a volar el tejado con el viento y yo con él.
Y no se me ocurre mirar por un huequecito, no vaya a ser que lo que vea me guste tanto que no vaya a querer apartar la vista después.

Podría pasarme la vida haciendo esto que hago. O quizá haya un plan mejor.

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