miércoles, 29 de julio de 2009

El recuerdo ochenta.


El mejor recuerdo que tengo tuyo es intangible.

El segundo, también.

Y el tercero.


Quizá haya que llegar al número ochenta, que suma ocho, para llegar al primer recuerdo material que pertenece a ti.

Y es algo estúpido, supongo. Es estúpido e infantil. Y, por tanto, bonito.


He pensado muchas veces (las que me sorprendo manteniendo discusiones conmigo misma por tu culpa) en por qué no me deshago del recuerdo ochenta.

O, mejor dicho, por qué no me deshice de él en su día, cuando aún tenía... remedio.


Por qué no acabó en aquél cenicero, en su casa, por otro lado, aquel nueve de abril.

Y por qué siempre supe, desde el tres de septiembre anterior, que jamás podría sacarlo de su casa, porque nunca he podido desahuciar nada que haya venido de ti.


Me estoy corrompiendo por dentro.

Porque cuando algo mío, tan mío, que soy yo misma, ya no pertenezco por completo a mí, me pierdo, me sigo perdiendo y me voy a perder.


Y lo preocupante es que, de momento, no quiero encontrarme.

domingo, 26 de julio de 2009

Como el peor de los virus.


My eyes finally wide open up
My eyes finally wide open shut
to find the found of sound
That hears the touch of my tears


Tampoco quería mentirte, pero no podía decirte toda la verdad. Así que decidí callarme la mitad de las cosas que tenía derecho y deseo de contarte.

Dije la mitad, la mitad de la mitad.


¿Y adónde nos lleva esto, otra vez?


Smells the taste of all we waste
Could feed the others
But we smother each other
With the nectar and pucker the sour


Que no siempre es elegir, o elegirte. Que no siempre puede -casi nunca- ser lo que yo quiero. Y luego todo se aparece de golpe, sin aviso y sin barrera para protegerme del golpe.


Que primero me bajas las defensas y, como el peor de los virus me atacas.

Hasta dejarme casi inconsciente.

It's a long lonely journey from death to birth


Justo me da tiempo a abrir los ojos y comprobar que respiro.

Lo siguiente que suelo ver es, nuevamente, tu mirada clavada en la mía, hasta la próxima vez que decidas matarme.

sábado, 25 de julio de 2009

De todas formas.


Llevaba (y no digo él, ni digo ella. Digo YO) toda la vida para oír las palabras, esas palabras, refiriéndose a mí.

Y cuando parecía que todo lo que había imaginado (decir ''soñado'' me parece pasarme con la dosis de crueldad) se quedaba corto ante la realidad, se esfumó.


Se esfumaría, exactamente, cinco días después.

120 horas seguidas de plena felicidad que quedarían relegadas por el desconsuelo y la angustia posteriores, que sólo hacían prever una ardua recuperación para poderme permitir el lujo de caer de nuevo.


Yo no contaba entonces con no levantarme del suelo.

Y me senté. Estaba totalmente convencida de que podría caminar. Levantarme, y caminar. Pero no quise.

Preferí sentarme a esperar el futuro mientras pensaba en el pasado.


Hay días en los que creo que cualquier momento sería mejor que el que es.

Y cuando más das algo por hecho, o incluso por perdido, más me sorprendo de nuevo.


Y no quiero creer. Ni querer. Ni caer.

Por eso sigo sentada, esperando, muy seguramente, a que vengas tú y me des la mano, aunque sólo sea para no tener que agacharte para ver como lloro.