miércoles, 29 de julio de 2009

El recuerdo ochenta.


El mejor recuerdo que tengo tuyo es intangible.

El segundo, también.

Y el tercero.


Quizá haya que llegar al número ochenta, que suma ocho, para llegar al primer recuerdo material que pertenece a ti.

Y es algo estúpido, supongo. Es estúpido e infantil. Y, por tanto, bonito.


He pensado muchas veces (las que me sorprendo manteniendo discusiones conmigo misma por tu culpa) en por qué no me deshago del recuerdo ochenta.

O, mejor dicho, por qué no me deshice de él en su día, cuando aún tenía... remedio.


Por qué no acabó en aquél cenicero, en su casa, por otro lado, aquel nueve de abril.

Y por qué siempre supe, desde el tres de septiembre anterior, que jamás podría sacarlo de su casa, porque nunca he podido desahuciar nada que haya venido de ti.


Me estoy corrompiendo por dentro.

Porque cuando algo mío, tan mío, que soy yo misma, ya no pertenezco por completo a mí, me pierdo, me sigo perdiendo y me voy a perder.


Y lo preocupante es que, de momento, no quiero encontrarme.

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