miércoles, 3 de noviembre de 2010

Abrazar el aire.

En su habitación olía a tabaco negro y a tequila. Estaba medio desnuda, con una camiseta larga y rota, que en algún momento llegó a ser blanca. Tenía el pelo alborotado y el rímel corrido por el sudor, la angustia y el llanto.

Se descubrió a sí misma de nuevo como un ser más patético, alcohólico y degenerado que la última vez que había pisado aquel motel de Las Vegas. Y no era poco.

Alcanzó la pitillera, situada a unos cinco centímetros de ella, aunque se le antojara tan lejana. En ese momento, mechero en mano, y con el cigarro entre sus bonitos labios que no osaban sonreír más, se dio cuenta del dolor que sentía en cada uno de sus músculos, de sus huesos, de los lóbulos de su cerebro y de cada milímetro de su alma.

Le habría encantado poder llamar a alguien para que la ayudara. A lo que fuera, pero a algo. El problema era que no sabía a quién.
Se sintió tan sola, con la única compañía del humo espeso que la rodeaba, que llegó a pensar que ni siquiera la almohada deshilachada de aquella cama rota querría abrazarla.

En realidad no estaba en lo cierto, pero eso da igual.

Necesitaba una salida, pero la única que encontró fue la de ese bloque cutrefacto en el que yacía más muerta que viva desde hacía tiempo, aunque no supiera exactamente cuánto.

En la otra punta de la ciudad, él esperaba volverla a ver, con su figura etérea, frágil, extrañamente bonita, mientras fumaba tabaco negro, bebía tequila y vestido con una camiseta no tan larga, pero igualmente rota y antiguamente blanca.
Pero eso, da igual.

Nadie lo supo nunca, pero él tocaba con la guitarra la misma canción que ella tarareaba. Eran las dos y media de la noche.
Decidieron dormir. No lo hizo ninguno.

Pero eso, claro, da igual.

2 comentarios:

ewa ewa! dijo...

Abrazar al aire y a su humo y a su soledad.
Al final ya no sabes si la soledad está contigo o contra ti.
Lo peor llega cuando toma forma de almohada. Entonces nos abrazamos a ella.

ewa ewa! dijo...

Ais.
Asteriscosa

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