Me arañas por dentro cada vez que cierras la puerta y sé que te alejas y que te arrepientes de marcharte igual que te arrepentirías de haberte quedado.
Y, al día siguiente, otra vez, me siento delante de un folio medio usado, cojo el lápiz y dibujo el único recuerdo imborrable que sé dibujar: la Nada.
Y así, cada día, durante muchos, en el sofá, quiero aprender a dibujarte y no puedo. Y comprendo que yo no valgo para esto, y no me refiero a dibujar.
Y cuando llega el momento en el que pienso en tirar el papel y el lapicero por la ventana, se me ocurre una Nada nueva que dibujarte, y me quedo a medio camino de la ventana con vistas al mar.
Y, en el horizonte más cercano, donde hay tanta niebla, veo la puerta por la que entrarás de un momento a otro, justo después de que guarde las cosas que nunca te he dibujado en el cajón y lo cierre deprisa para que no lo veas.
Tu Nada, ya sabes.
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