miércoles, 30 de marzo de 2011

And the complications.

Nunca había visto nevar tanto como ese invierno. Los copos caían sobre mi gorro de pana negro cambiándole el color. El frío entumecía mis huesos, uno por uno, comenzando por los dedos y llegando a la caja torácica.

Los pulmones, aún calientes por el humo de tu cigarro, calmaban las horas de espera en el banco del parque. ¿Te das cuenta ahora de que nunca llegamos a ir a cenar?

Contar las horas se convirtió en mi nuevo pasatiempo. Los muelles del colchón se clavaban cada madrugada en mi espalda y, al día siguiente, despertaba en una resaca de pesadillas cada vez más grande.

Cuando era pequeña, pensaba tener dos hijos, un marido, un chalet con piscina y trabajar en algo que me permitiera llevar corbata y un maletín de piel. Ahora me conformo con (man)tenerme a mí, con toda la vida que me queda, una mochila de cuero, un montón de tickets de la heladería a la que solíamos ir y a que, por las mañanas, suene en modo aleatorio una de las cinco canciones que aún no me recuerdan a ti.

Siempre es una lástima, perder el último billete de quinientos que me quedaba en la cartera.

1 comentario:

Rebeca Serrada Pariente dijo...

No pasa nada por haber perdido el billete de quinientos, siempre te quedarán los descuentos de la agenda de la Usal :)
Nada de helados de hielo y nada de listas de reproducción que recuerden momentos poco recomendables por su farmaceútico.