‘No sabes cómo me llamo. No sabes nada’ fue su frase favorita.
De joven, se había dedicado a quemar sus noches a ritmo de rock and roll con Jane y Julie. Fumaron sin parar durante más de dos mil noches, tequila en mano. Habían pasado casi quince años y podía sentir aún el ácido del limón en su paladar.
Ahora tenía casi treinta y cinco, una hija y empleo fijo. Siempre había soñado con ser escultora, pero, una vez que lo había conseguido, preferiría volver a trabajar en el antro de mala muerte donde ganaba una miseria para poderse pagar los vicios que hacían insostenible la economía familiar.
Entonces todo era fácil: esperaba a que dieran las ocho y cuarto, momento en el que aparecía Él, le servía una jarra de cerveza helada y le rozaba la mano cuando le llevaba las vueltas. Eso era todo. Todos los días, de lunes a jueves.
Cuando la miraba a ella, acurrucada en su carrito moviendo sus pequeños dedos en busca de calor materno y fruto de una relación que había durado no más de dos meses de amor, de los cuales uno y un cuarto fueron sexo, sólo esperaba que, al crecer, no fuera como ella había sido.
Se sentía como un saco de cemento lleno de odio. Se culpaba por no saber coger a su bebé, por no sentir la mitad de las veces que sus abrazos eran lo mejor del día.
Ella quería volver a los veinte y al bar, a las minifaldas y a las botas altas, a escuchar los Rolling a tope y a sudar en los conciertos.
Mia, mientras tanto, lloraba en su cuna. Echaba de menos a su madre. Es increíble lo que puede sentir un bebé cuando sabe que su madre está triste.
No conocía el tequila, y ya lo quería probar.
1 comentario:
TEQUILA! NO LO CONOCÍAS Y YA LO QUERÍAS PROBAR!
Solo por esta joya te debo un tequila, igual te emborracho por putita.
¡Que asco me da leerte!
¡Mío mío mío, Camarero es mío!
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